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Voto de Luis Guillermo Cardona:
7
Romance. Drama Siglo XIX, Rusia zarista. Adaptación de la novela homónima del escritor ruso Leon Tolstoi. El conde Vronsky, un joven y apuesto oficial, se enamora perdidamente de Anna Karenina, esposa de un alto funcionario de San Petersburgo. Cuando se conocieron en una estación de tren, un guardavías murió arrollado por un tren, y Anna interpretó este hecho como un mal augurio. Como el marido de Anna se niega concederle el divorcio, deciden vivir ... [+]
10 de octubre de 2017
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nada tan erróneo como un matrimonio por conveniencia. De una manera u otra, con mayor o menor impulso, consciente o inconscientemente, el mayor anhelo de todos los seres humanos es el amor, y cuando una mujer se casa por lo que el hombre po$ee, aunque éste la mantenga entre multitudes, tendrá tan profundo sentimiento de soledad que, aquí y allí, estará anhelando que surja ese hombre-pleno que llene su vacío corazón… y el día en que lo encuentre, se arrojará a sus brazos pase lo que pase, porque será ese, el maravilloso momento, en que su vida, por fin, tendrá sentido.

Cuando, Anna Karenina, se casó con el oficial zarista, Alekséi Aleksandrovich Karenin, tampoco lo hizo impulsada por el amor… y cuando conoce al conde, Alekséi Kirillovich Vronski, sentirá un gran flechazo y no tardará en darse cuenta de que lo ha puesto bien adentro de su corazón.

Una dramática historia de amor tendrá lugar desde entonces, y el escritor Lev Tolstói, se servirá de su escenario en la San Petersburgo del siglo XIX, para desarrollar una acendrada crítica contra los matrimonios por conveniencia, y con más fuerza aún, contra la aristocracia de entonces, cuya hipocresía y dobleces saltaban siempre al dar vuelta a la espalda.

La escena del teatro está magníficamente lograda en la adaptación que ha hecho el director, Clarence Brown, ilustrando muy claramente que, más que el interés por el arte escénico o por la música, lo que interesaba a aquellas pintarrajeadas ‘damas’ era hacer comidilla de los reconocibles y non sanctos ‘nobles’ que asistían a los teatros. De hecho, el arte para ellas era sobre todo una feria y un noticiario de primera mano.

Tolstói publicó su novela, “Anna Karenina” (Áнна Карéнина), primero (en 1876) en forma incompleta en la revista Ruskii Véstnik (Mensajero Ruso) por desacuerdo con el editor, y luego en formato libro en 1877, y no tardó en ser considerada como “una de las obras cumbres del realismo”, siendo también un tratado psicológico y sociológico de gran altura, mientras que, Anna, queda en nuestro recuerdo como una de esas mujeres que, quizás, han amado más de lo que debían.

Se dice, que fue en Maria -la hija mayor del gran escritor Aleksandr Pushkin, a quien conoció durante una cena y lo dejó impactado-, que Tolstói se inspiró para describir la figura de Anna Karenina.

Conservando una notable fidelidad a la trama, pero, con las necesarias modificaciones y recortes que toda adaptación cinematográfica reclama, Brown, vuelve a contar con la actriz Greta Garbo y con el director de fotografía (William Daniels) –quienes ya habían trabajado en “Love”, la atinada versión que, de la novela, hiciera Edmund Goulding- para llevar a cabo esta nueva adaptación en la que, confieso que la Garbo me resulta menos interesante. Corta, la empatía que logró con el siempre respetado Fredric March, en relación con la que sostuvo al lado de John Gilbert, actor a quien quiso dentro y fuera de la película, y él la quiso más. La escena en la que, March (Vronsky) le confiesa su último sentir, creo que fue la más verosímil que pudo darse entre ellos.

Más me han llegado, Basil Rathbone (Karenin), el intolerante militar empeñado en guardar las apariencias, aunque para ello necesite ser cruel y mentiroso. Maureen O’Sullivan, la Kitty (Ekaterina) que bien sabe perder y más sabe acomodarse a las tradiciones “nobles”. Y el toque de buen humor lo impone, Reginald Owen (Stiva), el aristócrata que no se conforma con una sola mujer, y como el colibrí, donde ve una atractiva flor, enseguida busca su néctar.

Pero, una vez más, vuelvo a sentir que, sólo la lectura de la novela de Tolstói, puede asegurar una complacencia plena.
Luis Guillermo Cardona
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