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Voto de Luis Guillermo Cardona:
3
Comedia. Drama Shahdov (Charles Chaplin), rey de Estrovia, tiene que huir precipitadamente de su país al estallar una revolución. Llega a los Estados Unidos sin recursos económicos, pero una joven publicista de televisión (Dawn Addams) le sugiere que protagonice algunos anuncios, aunque no parece la persona más adecuada para este trabajo... Penúltima película del maestro Chaplin, que tres años antes había tenido que exiliarse de Estados Unidos debido ... [+]
9 de mayo de 2011
10 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Año 1957. Charles Chaplin, continúa viviendo en Europa, pero no es feliz. El resentimiento y la rabia que le causó el haber sido destronado como el comediante más cotizado de América, todavía le carcome las entrañas. Han pasado cinco años y su película, “Limelight”, sigue vetada en los EEUU (¡No se estrenaría allí hasta 1972!). Las falsas acusaciones que le hizo la retardataria HUAC (Comité de Actividades Antiestadounidenses) de ser simpatizante del comunismo, le duele en el alma (“¡Un rey comunista, eso sería un absurdo!”) … y que fuese amenazado de detención en caso de volver a pisar suelo americano, le causa ira intensa.

Chaplin, planea entonces su venganza contra Norteamérica… y así surge esta deplorable, infantil y denigrante pataleta titulada, <<UN REY EN NUEVA YORK>>. El rey, por supuesto, es el mismísimo Chaplin, representando a un supuesto monarca llamado Igor Shahdov -nombre con el que busca provocar y marcar su distanciamiento-, el cual ha sido destronado, “por pretender en su país el uso de la energía nuclear exclusivamente para uso doméstico y no para hacer bombas” (un primer dardo que ya saben ustedes, a donde apunta).

Después sigue algo deplorable: El rey destronado se dejará seducir por una atractiva presentadora de pautas publicitarias, parecida a esas que tanto anuncian: ”A las primeras cincuenta (mil) llamadas les obsequiaremos…” y pronto, termina montando un pequeño circo donde, pretendiendo cuestionar y ridiculizar cosas como el whisky americano o la cirugía estética, termina haciendo el más grande oso por la forma ingenua e insostenible como asume sus ataques (se le abonan los previos 'avances cinematográficos' que estuvieron bastante logrados).

Pero, aún falta lo más cursi, desencajado y burdo en que podía caer este tristemente envejecido cineasta: Chaplin utiliza a su pequeño hijo, Michael (Rupert en la película), y cual alter-ego, lo pone a recitar una serie de discursos panfletarios que ¡sólo Marx sabe de qué libros (y autor) los tomó o parafraseó! Su incompetencia con la historia, busca suplirla con largas y exaltadas retahílas que, por más verdades que puedan contener, resultan del peor gusto y es la más pobre manera de cobrárselas... ¡Ah!, y una simple ducha al comité maccarthista, es hacer evidente su absoluta carencia de argumentos.

Un triste, pero muy triste final, para alguien que fuera grande y a quien recordaremos siempre con esa flor en la boca mirando con incertidumbre a la bella florista que, gracias a su compromiso, ahora puede ver. A quien también aplaudimos víctima de aquella crisis obsesiva, persiguiendo con inmensas llaves metálicas a la aterrada dama para ajustarle los botones... y a quien siempre aplaudiremos en aquel, último brillantísimo momento, cuando, al ser señalado como un monstruo, él mira hacia atrás para ver de quién se trata.

En ese preciso instante, Chaplin debió haber concluido su carrera, pero, como mucha otra gente, también él olvidó que, con frecuencia, el resentimiento desfogado puede volverse contra uno mismo.
Luis Guillermo Cardona
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