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Voto de Luis Guillermo Cardona:
4
Drama Cuando el avión donde viaja Nikolai "Kolya" Rodchenko debe realizar un aterrizaje de emergencia en suelo soviético, el mundialmente famoso bailarín tiene razones para sentirse inquieto: unos años antes, cuando era la gran estrella del ballet ruso y un icono de la propaganda comunista, Kolya desertó y se instaló en los Estados Unidos. Ahora, contra su voluntad, vuelve a un país cuyo gobierno le considera un traidor. (FILMAFFINITY)
8 de febrero de 2021
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Los bailarines se hacen, no nacen”, decía en un acto de humildad Mikhail Baryshnikov, de seguro para no desalentar a sus alumnos de la academia… o para que a nadie se le ocurra pensar que no ha sido, el suyo, un enorme esfuerzo. Pero ésta es media verdad, porque bien sabemos de nuestra herencia trascendental previvida y de la heredad genética de la que nadie puede sustraerse, lo cual nos genera un talento innato que es, precisamente, lo que cada ser humano debería proponerse descubrir.

Además de que heredó parte de su talento para el baile, también Baryshnikov heredó un enorme ego que lo llevó a sentir que no quería ser tratado como uno más en la sociedad comunista que le tocó como cuna, y probablemente pensó, que su talento como bailarín le merecía vivir a sus anchas como los más famosos bailarines europeos y americanos, ganar más dinero que el resto del mundo y darse los lujos que, “con tanta bondad”, ofrece el capitalismo. Es decir, se sintió como la recordada, Ninotchka, cuando viajó a los Estados Unidos de Norteamérica. A ésto, que suele tener más cercanía con el libertinaje, es a lo que llaman libertad.

Y lo más curioso del mundo, es que -sólo por una estatua- se sigue mirando a los EE.UU. como la tierra de la libertad, porque por lo demás es un gran sofisma: Libertad sin posibilidad. Estamos en el año 1974 -fecha en que Baryshnikov, ávido de radicarse en el país del tío Sam, aprovechó la realización de una gira por Canadá para pedir asilo en Toronto- y en ese entonces ¿Podía un negro ser libre, sin mayores trabas, de entrar en la marina estadounidense, en las grandes universidades o a cualquier lugar? ¿Cuántas mujeres tenían libre acceso a los cargos públicos? ¿Podía la comunidad LGBTI decir que vivía libre? ¿Contaban el cine y demás medios con plena libertad de expresión? ¿Sentirían que eran libres las minorías raciales que trabajaban en las grandes factorías?

En fin que, a Baryshnikov lo atrajo la “libertad” estadounidense, ¡y claro!, como tenía fama internacional, de inmediato fue acogido con los brazos abiertos y él se creyó cuán importante era. Pero ingenuo bailarín… porque, al pisar suelo americano, se convirtió en “preso” de políticos y empresarios que, de inmediato, quisieron usarlo como títere anti-soviético y entonces lo comprometieron en toda suerte de tareas (entrevistas con los medios, aparición en filmes de propaganda, exaltación del arte estadounidense...) para que le contara al mundo –una y otra vez- de “la opresión y escasez que se sufría en la Unión Soviética”. Al tiempo, lo compensaron convirtiéndolo en rutilante estrella de un gran ballet; le dieron títulos honoris causa; le ofrecieron una gran vida social… y para seguir exaltando su ego, Baryshnikov se matriculó luego como libre empresario creando su propia marca de ropa y hasta su propio perfume.

Con poca sutileza, sin muchos argumentos y muy tácticamente contrastado con el proceso a la inversa (el estadounidense que emigra a Rusia), el irregular director, Taylor Hackford, sirve de nuevo a los intereses de Estado, con un filme tendencioso hasta la médula que pasó sin pena ni gloria por nuestras salas. Muy débilmente protagonizada por, Baryshnikov y Hines, queda la satisfacción de haber visto al también director, Jerzy Skolimowski, en su acertada caracterización del coronel Chaiko; y a, Helen Mirren, como la coherente actriz de teatro, Galina Ivanova... pero triste es ir en busca de sol y encontrar un cielo completamente nublado.

Título para Latinoamérica: SOL DE MEDIANOCHE
Luis Guillermo Cardona
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