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Voto de Luis Guillermo Cardona:
7
Drama Walt Kowalski (Clint Eastwood), un veterano de la guerra de Corea (1950-1953), es un obrero jubilado del sector del automóvil que ha enviudado recientemente. Su máxima pasión es cuidar de su más preciado tesoro: un coche Gran Torino de 1972. Es un hombre inflexible y cascarrabias, al que le cuesta trabajo asimilar los cambios que se producen a su alrededor, especialmente la llegada de multitud de inmigrantes asiáticos a su barrio. Sin ... [+]
25 de noviembre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por circunstancias muy diversas, un hombre puede haber caminado a tientas durante muchos años; puede haber aceptado proposiciones que no eran lo que esperaba de la vida... y hasta puede que haya hecho cosas que no aplaude el universo ni han quedado guardadas con beneplácito en su conciencia. Esto, de seguro, dejará cicatrices en su alma difíciles de borrar… Pero, cuando ese mismo hombre comienza a comprender el sentido de la existencia y una visión generosa, tolerante y reconciliadora, empieza a abrirse paso en su conciencia, todo lo de atrás quedará bien guardado en el baúl de los recuerdos (ese que no provoca volver a abrirlo), pues ahora comprenderá que, esa, fue tan solo la escuela por la que debió trasegar, necesariamente, para poder llegar a esta nueva escala de su evolución personal.

Donde entra la luz, la oscuridad se disuelve. No la agrede, no la maltrata, ni la condena, simplemente la disuelve como lo hace el Amor, porque esto es lo único que, en el mundo, puede llamarse JUSTICIA. A cualquier otra cosa, tan solo se le puede dar el nombre de venganza.

En su vida, Clint Eastwood ha trasegado por este proceso. Habiendo nacido en tiempos de la Depresión (1930), de chico no pudo llevar un estudio aplicado porque, su padre, bombeador de gas donde le llamaran, se veía abocado a cambiar de residencia en cualquier momento, así que, el pequeño Clinton, nunca pudo tener una escuela estable. Después, para poder sobrevivir, le tocó asumir empleos de tercera categoría (cajero en una tienda, asistente en los altos hornos de una fábrica de acero y también bombeador de gas). Cumpliría luego con sus obligaciones -por fortuna, ligeras-, en el ejército… y de pronto, gracias a unas fotos que envió a los Estudios Universal, se vería asentado en Hollywood y haciendo papelitos en películas serie B de Jack Arnold, Arthur Lubin y otros. Vendrían luego nuevas experiencias, incluida la serie televisiva “Rawhide”, hasta que, un viaje a Italia, lo pone al lado de Sergio Leone, con quien hará tres spaghetti western en los que, como protagonista, representará a un mercenario que mata sin sentimiento alguno. Esto lo prepara para un personaje aún peor que, con su propia productora, financiaría… pero ya todo eso son empedrados caminos que han quedado atrás, porque, habiendo logrado realizar su sueño de ponerse tras las cámaras como director y consolidada su productora Malpaso (nombre muy acertado en principio, pero que podría ya ser llamada ¡Gran-paso!), Eastwood hace ahora prácticamente lo que quiere. Y con la plena complacencia de tener más claro como es que debe asumirse el juego de la vida, comienza a prodigarse en títulos tan relevantes como “Mystic River”, “Million dollar baby”, “Banderas de nuestros padres”, “Cartas desde Iwo Jima”… hasta este “GRAN TORINO”, donde todo lleva a presentir que su personaje, Walter Kowalski, es un reflejo de su propia vida con el que, cinematográficamente, hace un ejercicio de oportuna redención, cuando ya la edad y el entendimiento, le permiten alcanzarlo.

Thao (el camino) y Sue (el fuego), serán los jóvenes, instrumentos del universo, con los que Kowalski-Eastwood, podrá resarcirse de su grisáceo pasado. Y lo hará siguiendo el proceso de ese veterano de la guerra contra Corea que, aún siendo viejo, todavía guarda resentimiento con los “amarillos”; que se amarga por tenerlos ahora como vecinos; y que ni siquiera consiente que pisen su acera porque siente que la empañan. Pero, sabiendo la vida que, Kowalski, aún guarda un gran amor que ni siquiera a sus hijos ha podido dar, va a darle ocasión de apreciar si, su generalizado y despectivo concepto de los jóvenes, en realidad es preciso… y comenzará así, a abrirse ese camino que pronto sabremos si le permitirá alcanzar el triunfo espiritual: Ver lo que siempre ha estado ahí, pero que nunca has visto.

Salvo pequeñas objeciones (su relación con la iglesia católica y el uso de cierto lenguaje que, en algunos momentos, se torna latoso), el filme, además de divertido, resulta muy aleccionador y digno de un gran aprecio.

¡Clint Eastwood es, ahora, un gran tipo!
Luis Guillermo Cardona
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