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Voto de Luis Guillermo Cardona:
8
Romance. Drama París, 1820. Dos jóvenes artistas, Baptiste Debureau y Frédéric Lemâitre, debutan en el teatro de los Funámbulos y entablan amistad. Un día, Garance, una misteriosa y atractiva mujer, irrumpe en sus vidas. Mientras que el tímido Baptiste no se atreve a declararle su amor, Frédéric la convierte en su amante. Sin embargo, al estar implicada en una serie de crímenes, la mujer desaparece. (FILMAFFINITY)
20 de abril de 2014
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La frustración es estar aquí deseando estar allí... es tener esto y desear aquello... es estar con una persona pensando siempre en otra... es vivir anhelando, día a día, aquello que ya nunca será posible... Debe ser una situación muy frustrante y dolorosa, vivir con una mujer -por buena que sea y por mucho que te quiera-, si es otra a la que tú amas, si es otra la que te inspira y la que ansías tener entre tus brazos. Igual de complejo y tormentoso debe resultar vivir con un hombre que te lo da “todo”, incluso amor, si no es él el ser sentido que tu corazón reclama.

Una situación de este deplorable estilo, es la que les toca padecer a Baptiste, el aplaudido mimo del teatro Funambules y a su enamorada Clara Rainier, conocida por todos como “Garance” en alusión a la flor llamada entre nosotros Rubia o Granza. Desde que se conocieran en la feria, en el incidente de aquel reloj robado a uno de los asistentes, en el cual el mimo logra que ella sea absuelta, y tras lanzarle Garance una rosa roja y un coqueto beso, la atracción fue mutua… y desde entonces, tendrá lugar una romántica ¿y trunca? historia de amor que, en ciertos instantes, conseguirá avivar la llama.

Con gran sobriedad narrativa y con una contrastante ambientación donde el entusiasmo y la alegría hace que los asistentes a la feria jamás se enteren de lo que sufren sus artistas; donde aquellos niños y jóvenes que ocupan la galería llamada paraíso (por ser la más alta del teatro), solo reclaman satisfacciones por lo pagado sin imaginar siquiera el hambre y los conflictos que se sufren tras bambalinas; y donde los artistas enamorados, en actos propios de la ligereza, juegan a estar con quien no deben estar, se va desenvolviendo una edificante y sugerente historia brillantemente contada por Jacques Prévert y dirigida con pulso firme por Marcel Carné cuando todavía gozaba de su mejor momento cinematográfico.

Iniciado el rodaje de “LOS NIÑOS DEL PARAÍSO” en el año 1943, la invasión de Alemania a Francia durante la II Guerra Mundial, obligó a suspenderlo durante dos años, y tras el fin de la guerra, por fin pudo concluirse con la feliz sobrevivencia de sus principales intérpretes.

Los roles protagónicos los encabeza Arletty (como Garance) una encantadora actriz que aquí se asemeja en mucho a ese espíritu libre –casi libertino- con el que siempre vivió. Muy posicionado, donjuanesco y harto jocoso, resulta también Pierre Brasseur (Frédéric Lemaitre) el actor que hace el primer tercio, apreciando al rival y deseando a la aristocrática hembra. Por su parte, Jean-Louis Barrault (Baptiste), un célebre clown con un historial tres veces más representativo en las tablas que en el arte cinematográfico, me resulta exquisito cuando aparece como mimo, mostrando la alegría y lo trágico de la vida... pero no me complace fuera del escenario jugando a ser el irresistible galán.

De otro lado, el filme goza de unos precisos diálogos con espacio para el gracejo y la mordacidad; posee una fotografía con magníficos claroscuros muy expresionistas; y cuenta con una recreación del siglo XIX, con ajustadas escenografías de estudio y un excelente vestuario… y todo esto, confluye para hacer que, “LOS NIÑOS DEL PARAÍSO”, sea hoy uno de esos clásicos que enaltecen, sin duda, al arte cinematográfico.
Luis Guillermo Cardona
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