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Voto de Luis Guillermo Cardona:
6
Comedia. Intriga Años cuarenta. C.W. Briggs (Woody Allen), considerado el mejor investigador de una compañía de seguros de Nueva York, se lleva fatal con Betty Ann (Helen Hunt), una implacable ejecutiva que ha venido a optimizar los recursos de la compañía y que, además, está liada con el jefe (Dan Aykroyd). Para celebrar un cumpleaños, los empleados de la empresa acuden a ver un espectáculo de magia, en el que C.W. y Betty Ann se someten a una sesión ... [+]
28 de junio de 2012
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando así lo quiere, el cine hace lo que se le da la gana con la verosimilitud y nos mete -al igual que los políticos-, los más insostenibles absurdos como si fueran verdades irrefutables. Como cuando jugaron a ponerle unas gafas comunes a Clark Kent y subirle el cachito de pelo… para que “nadie supiera que él era Supermán".

Un director de cine puede manipular la realidad tan a su capricho, que hasta puede “realizar sus sueños frustrados” y hacerle creer a los espectadores cosas que, pisando tierra, sólo funcionan con dinero de por medio y a niveles puramente físicos. Por ejemplo, que Woody Allen en su personaje de abuelito-solterón-detective de seguros, brillante con la lengua, pero “egomaníaco, superficial y faldero” como lo describe con precisión Betty Ann Fitzgerald, resulte todo un don Juan por el que se derrite la vampiresa Laura Kensington (Charlize Theron a la Verónica Blake), y que de paso enamore a la joven, bella, sagaz y vivaracha asesora de la compañía de seguros (Helen Hunt)… es lo mismo que le ocurría al bobalicón que representaba Jerry Lewis: Tanto éste como Allen, acuden al mecanismo de proyección para que los sueños frustrados se trasladen al celuloide, convirtiéndose en machos triunfadores por mérito de la ficción, de su capacidad de imponer criterios, y aflorando, desde luego, su refrendada misoginia (porque hay que tener en muy baja estima a las mujeres para ponerlas en tales roles).

Amén de esta apreciación relacionada con las lecturas latentes contenidas en el cine, la tendencia cinéfilo-homenajeadora de Woody Allen –y también de Lewis- es otra forma de tener fácil las cosas, pues abundan los recursos a que apegarse cuando las ideas escasean.

Allen tiene oficio, esto no se lo niega nadie. Sabe conseguir atractivas puestas en escena y además sabe jugar de manera exquisita con el lenguaje, al que le añade buen gusto, estupendas metáforas, certero sarcasmo y deliciosa picardía. En este sentido, uno hasta le perdona que, en muchos filmes –“LA MALDICIÓN DEL ESCORPIÓN DE JADE” entre ellos- los personajes centrales sean simples extensiones de sí mismo, pues todos hablan con igual soltura y con idénticos recursos de lenguaje.

La historia del filme que nos ocupa, se sostiene tanto en su eficacia verbal que apenas da tiempo de que percibamos la penosa superficialidad de su trama, en la que los hilos argumentales son tomados de esa obra maestra titulada “El apartamento” de Billy Wilder (compañía de seguros, jefe casado que enamora a la chica que atraerá al empleado, intento de suicidio…), y el agregado de Allen del mago hipnotizador, parece tomado de algún episodio del “Batman” de Adam West.

Hacer una película cada año tiene su costo artístico, pero esto a Woody Allen ya no le importa. El tiene muy claro que, cuando un comediante se ha ganado el favor del público, sólo necesita salir al escenario para motivar carcajadas. Y siempre se quiere a quienes consiguen hacerte reír.
Luis Guillermo Cardona
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