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Voto de Luis Guillermo Cardona:
10
Drama En 1948, tres años después del final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), cuatro jueces, cómplices de la política nazi de esterilización y limpieza étnica, van a ser juzgados en Nuremberg. Sobre Dan Haywood (Spencer Tracy), un juez norteamericano retirado, recae la importante responsabilidad de presidir este juicio contra los crímenes de guerra nazis. (FILMAFFINITY)
26 de noviembre de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El autocontrol –bastante escaso por cierto, en la humanidad de hoy- es una grandiosa capacidad, en parte innata y el resto aprendido, que poseemos los seres humanos para tener dominio sobre nuestros impulsos y emociones. Es una suerte de sometimiento consciente de nuestros deseos, con lo que ganamos estabilidad emocional, responsabilidad, y criterios de justicia.

Creo que, <<EL JUICIO DE NUREMBERG>>, es una de las más magistrales lecciones de autocontrol que nos haya dado el cine y está representado muy sabiamente por dos singulares antagonistas -el juez estadounidense, Daniel Haywood, y Ernst Janning, el sindicado alemán- que, en unos cuantos meses, aprenderán a reconocerse desde lo más íntimo de su esencia y también a valorarse como se merece cada uno, mientras que nosotros, como espectadores, tendremos ocasión de aquilatar su potencial humano y su objetividad sostenida hasta las últimas consecuencias.

Escrita de manera espléndida y brillante por Abby Mann, la trama de esta película se refiere mucho menos a la condena de algunos hombres que hicieron parte de los horrorosos y abominables sucesos cometidos por el nazismo, y se adentra mucho más en la búsqueda del entendimiento humano y en la capacidad inamisible que debe tener la Justicia, para trascender los sentires de patria y los reclamos de la jurisprudencia, para dar lugar a la virtud sagrada de la conciencia y sus sapientes criterios de verdad.

De esta forma, autocontrol, verdad y justicia, se sobreponen aquí a los reclamos personales y brillan esplendorosamente en un medio donde suelen primar los más reprobables intereses. Sumado a esto, una sobrecogedora puesta en escena que, a su precisa definición de espacios, suma unas dicientes panorámicas sobre la Alemania en ruinas con detrimento de valiosísimos espacios culturales; una fotografía con ciertos encuadres que pasan del significado objetivo al subjetivo, con gran maestría; y unas actuaciones donde, Spencer Tracy, Maximilian Schell, Burt Lancaster, Montgomery Clift y Judy Garland, se llevan todas las palmas, nos lleva a sentir que, definitivamente, estamos ante una sensible y majestuosa obra maestra.

A todo lo que vemos desde lo humano, lo psicológico y lo jurídico, el director Stanley Kramer, añade también unas imágenes documentales desgarradoras, que deberían verlas todos los gobernantes del mundo de hoy, para que quizás comprendan que, con la guerra se rinde honor a la ambición, a la crueldad y a la injusticia, pero muy poco a los trascendentales valores humanos. Y así no debe ser.

Se me antoja recordar una frase que leí hace algún tiempo de, Oliver Wendell Holmes Jr. (1841-1935), uno de los más ilustres personajes del derecho estadounidense, a quien Herr Rolfe, el defensor en la película, cita muy precisamente y cuando bien sabe que le conviene:

“Lo más trascendental en este mundo no es tanto saber en dónde estamos, sino en qué dirección nos estamos moviendo”.
Luis Guillermo Cardona
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