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Voto de Luis Guillermo Cardona:
3
Aventuras China, año 1900. Las embajadas extranjeras en Pekín deben hacer frente a la sangrienta revuelta nacionalista desencadenada por los boxers, que se dedican a asesinar cristianos. Dentro de un recinto amurallado, el embajador inglés se une a los miembros de otras delegaciones en un desesperado intento por resistir el asedio. (FILMAFFINITY)
13 de diciembre de 2012
23 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por allá, por 1840, el Reino Unido (Sometido) de la Gran Bretaña, de fauces abiertas hacia cualquier país frágil donde hubiese importantes riquezas, estaba abonando terreno para apoderarse de una gran parte de la China imperial. Mordiendo la presa, hallábanse también los lobos alemanes, franceses, estadounidenses, japoneses, españoles, austríacos y rusos, pero, los ingleses eran los lobos más feroces y venían peleándose el negocio del opio, que el país prohibía, pero, que ellos estaban dispuestos a preservar para surtir al sudeste asiático que les venía dejando apreciables divisas. De otro lado, los sires se habían apoderado ya de Hong Kong y otras islas cercanas; habían forzado la apertura de puertos para que el comercio europeo entrara sin dificultades, y la fuerte influencia que venían logrando rusos, franceses y japoneses en especial, estaba poniendo en aprietos a la dinastía Qing, que comenzaba a temer que su nación les fuese arrebatada. El atraso tecnológico, cultural y económico de la China imperial, la estaba convirtiendo en un ratoncito para los lobos hambrientos.

Con profunda inconformidad, y hartos ya de los improcedentes intrusos, los chinos ven pasar, el para ellos, amargo siglo XIX… y justo cuando se inicia el nuevo siglo -exactamente en el año 1900-, un numeroso grupo de valientes e inconformes jóvenes que se ha venido reclutando secretamente desde algunos años atrás, y que se hace llamar, La Sociedad de los Puños Armoniosos (que, como es su costumbre, para no exaltarlos los invasores llaman peyorativamente, the boxers = los boxeadores), se lanza con toda su furia dispuestos a arrojar de su país a las grandes potencias... incluidos los políticos corruptos que se habían puesto a su servicio; los evangelizadores romanos que pretendían sacar a Buda para introducir el cristianismo... y hasta un sector del pueblo que se había sumado neciamente a sus colonizadoras pretensiones.

Estos hechos constituyen el eje central (no la trama) de, <<55 DÍAS EN PEKÍN>>, otro de esos filmes que, cada tanto, se hacen para tergiversar la historia y para limpiar el sucio pasado de los países imperialistas. El ejercicio es rotundo: Un grupo de actores de primera línea (Heston, Niven, Gardner…); un director renombrado (nada menos que Nicholas Ray, quien acababa de llenar las taquillas con "King of Kings”), y un equipo técnico sobresaliente, que incluye a, Dimitri Tiomkin, para apuntalar una emotiva banda sonora; unos notables diseñadores de sets; y en especial, un director de segunda unidad experto en escenas de acción llamado, Andrew Marton (recuerden la escena de cuadrigas de, “Ben Hur”). Con semejante despliegue, el plato queda gustosamente servido… y el público incauto agradece otra buena dosis de cine alienante y adormecedor, que manipula la historia y lo induce a creer que los malos han sido siempre los invadidos. Se cuenta que, Ray, peleó tanto con el productor, Samuel Bronston, por sus absurdas imposiciones argumentales (tergiversando a capricho el guion que firmaran, Philip Yordan y Bernard Gordon) que terminó sufriendo un infarto que lo llevó a abandonar el rodaje, el cual fue cedido al director, Guy Green.

Sólo resuenan en mis oídos las fehacientes palabras de la emperatriz, Tzu-Hsi: “Nada hay tan sagrado como la paz, ni existe mayor desastre que una guerra insensata”.
Luis Guillermo Cardona
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