Que sí, vale, de acuerdo. Las películas de Robert Guédiguian cada vez se parecen más a cuentos infantiles solo realizables en su imaginación. “Las nieves del Kilimanjaro” no es ninguna excepción en este sentido y responde una por una a las claves que han hecho del realizador francés un cineasta peculiar y único. Su selecto grupo de actores, su soleada Marsella y esos permanentes conflictos laborales y personales son marcas características que van evolucionando a medida que los actores van adquiriendo años. Ahora son ya personajes al borde de la jubilación y con la crisis global como telón de fondo los que luchan por la supervivencia y por conservar unos valores y una dignidad a prueba de bombas. Todo sin perder el permanente buen rollo que respira cada fotograma y que constituye un balón de oxígeno para el propio espectador que sale de la sala como sometido a una terapia de revalorización de unos ideales que cada día se intuyen más lejanos a poco que conserve un mínimo de sensibilidad. Y ello se presenta como el máximo valor de un film que entre revoluciones cotidianas y escenas costumbristas nos recuerda que detrás de los pequeños y grandes dramas, de las estadísticas y las frías cifras siguen habiendo seres humanos.

Lo mejor: Robert Guédiguian, inasequible al desaliento.

Lo peor: la escena del atraco.