Película que gira en torno al poder, el precio que hay que pagar por poseerlo y el camino a recorrer por alcanzarlo. Ambientada en el reinado de Ana Estuardo, el director, Yorgos Lanthimos no parece encontrarse demasiado cómodo en ese escenario y se muestra incapaz de dotar de interés al relato. Este se estructura sobre dos guerras. La propiamente dicha, que enfrenta al reino de la Gran Bretaña con el reino de Francia, y del que solo tenemos noticias por los mensajes que llegan al palacio desde el frente, y la igualmente sangrienta, que se establece entre las dos aspirantes a las gracias y favores de la Reina. Estos dos personajes, junto a la monarca, componen el núcleo central de la historia y de las conspiraciones, encuentros y traiciones que surgen del triángulo afectivo del que se alimenta una película que, como digo, no sabe extraer todo el jugo que podía dar de si.

No hay nada extraordinario ni en las interpretaciones (Olivia Colman muestra una Reina con matices, sí, pero se pierde en el histrionismo, Emma Stone se percibe como un error de cásting, y a la siempre correcta Rachel Weisz no se le saca todo el partido) ni en una dirección que intenta en vano dejar algún destello de autor, tan postizo como innecesario. Se aleja del academicismo y del rigor que suele ser habitual en este tipo de producciones, en un intento por marcar distancias y hacer el relato más digerible, pero al mismo tiempo cae en una indefinición formal que acaba por resultar desconcertante. Incluso entendiéndola como fruto de su tiempo, con el empoderamiento femenino como punta de lanza, su pretendido mensaje feminista acaba resultando más que cuestionable.

Lo mejor: la perversión que desprende la historia.

Lo peor: su indefinición le acaba perjudicando.