Esta es una película de una innegable capacidad sugestiva. La lástima es que sus múltiples lagunas de guión le restan gran parte de su potencial. John Krasinski demuestra buena mano en el arte de involucrar al espectador en la historia. En este aspecto, no es difícil descubrirse uno mismo inmóvil en la butaca, sin apenas atreverse a respirar por si el peligro traspasa la pantalla. La tensión es palpable, desde una primera escena que ejerce de perfecto ejemplo de lo que será el resto de la película. Esto es, una excelente idea perfectamente planificada y ejecutada, pero con una serie de detalles que la convierten en incongruente.

Menos claustrofóbica que “Calle Cloverfield 10”, con la que se la podría emparentar, pero más desasosegante que la paranoia fílmica de Dan Trachtenberg, “Un lugar tranquilo”, que al mismo tiempo puede leerse en clave metafórica sobre la realidad político-sociológica de nuestro tiempo, apuesta, a golpe de efecto, por un desarrollo mainstream, que perjudica la credibilidad de la historia, a cambio de ganar kilos de goce aventurero. El juego del gato y el ratón, que se establece entre humanos y criaturas extraterrestres, nos retrae, y no solo por el diseño de los entes invasores, a la saga Alien. Aquí, pero, el silencio y la quietud substituyen a los fuegos artificiales y se convierten en armas de supervivencia. Este aspecto, que subraya su originalidad y la aleja de la parafernalia sonora que caracteriza al terror más comercial, le obliga, no obstante, a forzar demasiado un guión en busca de un equilibrio no del todo conseguido.

Una pena que, a riesgo de perder comercialidad, Krasinski no se haya atrevido a radicalizar su propuesta. Seguramente, hubiera pasado a codearse con las grandes del género.

Lo mejor: esa atmósfera angustiosa, que no te abandona de principio a fin.

Lo peor: un guión excesivamente irregular.