Si tuviéramos que responder a la pregunta de cual ha sido la clave del éxito de esta película sin duda diríamos que, a parte de una brutal y persistente campaña de promoción, el haber sabido construir una buena historia a base de unos tópicos que siempre han estado ahí pero con los que nadie se había atrevido a enfrentarse. Eso y haberlo hecho todo en un estado de gracia a todos los niveles han contribuido decisivamente a que la película de Emilio Martínez-Lázaro haya reventado taquillas de una forma absolutamente inesperada. Y cuando hablamos de “estado de gracia” nos referimos sobre todo a su protagonista principal, un Dani Rovira que parece haber nacido para el papel de Rafa y a un Karra Elejalde sin el cual la película no funcionaría de la manera en que lo hace. Sin olvidar, claro está, un guión al que sin contar una ultima escena que no casa con el resto, no le sobra ni le falta ningún plano y que hilvana gag tras gag con el ritmo y la habilidad de las mejores comedias.

Cogiendo lo mejor de “Bienvenidos al norte” y de “El padre de la novia”, Martínez-Lázaro sirve la comedia romántica acompañada de pequeñas dosis de sociopolítica hispánica de barra de bar. Y pese a lo que podría esperarse, el plato se degusta con agrado sin que la alta caricatura con que están diseñados sus personajes impida disfrutar de unas situaciones realmente tronchantes. Y aunque, como todas las películas, esta pueda gustar más o menos, lo que no se puede dejar de reconocer es que “Ocho apellidos vascos” no solo logra sus objetivos si no que deja en evidencia a los que dudan de la calidad a todos los niveles del cine español.


Lo mejor: cuando Elejalde y Rovira comparten escena.

Lo peor: un final un pelín cutre.