Si hay una película en la que Peter Weir gozaría de un reconocimiento unánime ésta es sin lugar a dudas “Witness”. Una cinta cien por cien policíaca y con niño de ojos asustadizos que abre la caja de Pandora después de ser testigo de un crimen que mancha al propio cuerpo de policía. Pero hay un par de razones que hacen de éste thriller algo distinto y original a los demás.

Estamos ante un argumento que podría pasar desapercibido en el si del género, repleto de policías honestos, corruptos y madres desesperadas dispuestas a proteger a sus retoños. Pero el decorado Amish, como un mundo aislado y alejado de la civilización moderna hace la trama de la película atractiva en dos mundos opuestos; el urbano y el campesino con sus respectivas reglas impuestas pero, no obstante, muy cercanos geográficamente entre si.

Weir confió en Harrison Ford que en esa época solo podía considerarse un actor encasillado en sus roles de Han Solo o el Doctor Jones en sus respectivas sagas y que tuvo la misma fortuna de dejarlos de a un lado para meterse en papeles más o menos serios (de hecho con Weir no tardarían en colaborar con la posterior “La Costa de los Mosquitos”). Sin olvidar las presencias de la entonces muy popular Kelly McGillis, el malogrado bailarín ruso Alexander Godunov y por aquel entonces pareja de Jacqueline Bisset, así como el debut del pequeño Lukas Haas y el primer paso al largo camino a la fama que le guiaba a un campechano e irreconocible Viggo Mortensen.

“Único Testigo” consigue mantener al espectador en vilo. Podría tratarse de un film más. Pero Peter Weir lo dejó en eso; unos escenarios indignos de que suceda cualquier cambio brusco (la presencia de un extraño que huye y su posterior adaptación a una comunidad que vive de las costumbres de la Europa del siglo XVIII y que hasta entonces era desconocida por muchos).