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Voto de Natxo Borràs:
9
Drama. Comedia Albert es el sádico dueño de un restaurante. Su fuerte carácter y las tiránicas formas que aplica en el trabajo hacen que todos los empleados estén sometidos a un continuo régimen de esclavitud, incluida su esposa, Giorgina, a quien ridiculiza. (FILMAFFINITY)
17 de junio de 2012
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bienvenidos a Le Hollandais, un amplio restaurante, de enorme cocina, muchísimo ajetreo y unos manjares exquisitos. Propiedad adueñada por el cruel y salvaje Albert Spica (Michael Gambon) que trata con despecho a todo el mundo, incluyendo a su séquito (entre ellos un principante Tim Roth) y a su mujer Georgina (Helen Mirren). No así con el chef Richard (Richard Bohringer) que intenta llevar su negocio con resignación, aunque no perdona a nadie, ni los oídos de quien escuchan sus conversaciones sobre gastronomía y sexo. La desdichada esposa, en las visitas frecuentes de Albert, desvía la atención de su tiránico esposo por el de Michael (Alan Howard )un librero con quien inicia una desenfrenada pasión entre despensas de frutas, verduras, carne y pescado…

Peter Greenaway (El Vientre del Arquitecto) pule un simple argumento (aquí bien podría tratarse de un triángulo amoroso pero es más bien de odio sazonado con el mal gusto exquisito de entremezclar delicatesen con hábitos salvajes y mellado por el carácter violento del principal comensal, soberbio Michael Gambon, pocos como él dónde los haya) con una obsesiva visión de plasmar planos generales (casi teatralizados) en el País de las maravillas de un Escenario que bien podrían Cielo e Infierno darse la mano por el placer de comer mientras se desenvuelve una historia de amor sin límite que se aleja del odio, la ambición, la rabia y la crueldad.

De hecho se da por malinterpretado el trabajo por parte de los que acusan de Greeneway de ser un realizador no apto para todos los cinéfilos, limitando su obra a ser una plasmación del cine de Arte y Ensayo tan explotado en los años setenta por su extensa presuntuosidad. Pero empezando por una puesta en escena, (y éste es uno de sus films más comprensibles) no es barata, tratándose de elaborados y complicados planos generales que realzan la majestuosidad de su tempestuoso conjunto, con lo que confiere no solo en esta película si no en toda su filmografía un sello particular de que cualquier forma de expresarse tiene su cabida en el celuloide.
Natxo Borràs
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