La gran sorpresa que nos depara el ya de por si imprevisible nuevo cine brasileño (y lo bautizo así porque no me cabe la menor duda de que en ese país algo cambia) es este intringulis culinario de sexo, crimen, canibalismo y "bona cuina". La postergada "nouvelle cuisine" (brasileña por supuesta) es almidonada por un recetario de personajes sucios de boca, grasientos de barriga y trasero preparados para hincar el diente ante el sorprende Ramón Nonato que, desde la cárcel, asciende a partir de su caída en libertad.
Ante sucesivos "flash-backs", Ramón conoce la cocina, el placer del sexo y manoseando la masa es el rey. Y nos demuestra, como gran cocinero que es y aparecido de la nada (sale de un autobús en una oscura estación dispuesto a comerse la ciudad) que la cocina no nace en los fogones encastados del acero inoxidable sinó de la mugre, de las moscas que revolotean a su alrededor y de la peste a sudor de culo y finalizar con la musiquilla adecuada ante tal delicatessen en bandeja después de su elaboración. Y con el entendemiento y beneplácito de que el mal gusto y la falta de higiene son la base de elaboración.

Lo mejor: el banquete en la prisión escenificado como una última cena
Lo peor: el postre final