El Gran Danés Thomas Vinterberg que años atrás fue animado por su maestro Lars Von Trier a inaugurar la primera película bajo los designios del Movimiento Dogma, “Celebración” (Festen, 1998). Actualmente parece que se ha olvidado de esas reglas estrictas que incitaban a los cineastas de su tierra a seguir unas pautas basados en el regreso a un cine de base y restringido que, aún así, armonizaba una mínimo empleo de la técnica con un argumento sólido y encajado a las condiciones impuestas.

“Submarino” se supera por tratarse de una historia patéticamente cruel acorde a un empleo de la fotografía (obra de Charlotte Bruus Christensen), algo pálida que nos recuerda a Iñárritu. Porque la sensación de dar realismo está bien plasmada en éste drama sobre desestructuración familiar, alcoholismo y drogadicción en los barrios bajos de una gran ciudad.

En la primera media hora de metraje nos vamos familiarizando con Nick (Jakob Cedergren), el hermano mayor, que, para paliar a la bebida se dedica a levantar pesas. Mantiene una relación con su vecina Sofie (Patricia Schumann) cuando no está en la calle vagando con su amigo, el enorme Ivan (Morten Rose). Mientras tanto el hermano pequeño de Nick, representa a primera vista todo lo que un padre soltero y responsable puede ofrecer a su hijo pequeño, pero su adicción a la heroína deja de ser un secreto y un posible trato con los bajos fondos no le ayudará precisamente a desembarazarse de su problema.

Las vidas de los dos hermanos son, pues marcadas, por el destino de la muerte de su madre y de un traumático suceso en su infancia. Vinterberg nos pretende en su film a mostrar esa batalla imposible a través de sus caminos una vez se encuentran de nuevo para intentar reemprender un nuevo rumbo y no quedarse a la deriva.