Howard Hawks encumbró el género del Oeste en su época de máximo esplendor, trazando una ruta de viajes por el desierto y de personajes tan emblemáticos que, por sus diferencias generacionales, daban más sentido al riesgo, la aventura y la ley del más fuerte. Si tomamos esta fórmula como referencia, "Río Rojo" es el claro ejemplo de que como este director nacido en el Estado de Indiana, daba sentido al género en donde sus argumentos imperan la lucha, el honor, el amor y la lealtad.

Thomas Dunson (John Wayne) abandona la diligencia que le llevará rumbo a California aunque él decide establecerse en pastos más apropiados para crear su propio ganadero, en la árida Texas. Consigue salvarse del ataque de los indios, siempre al acecho, así como de los caciques y terratenientes mejicanos con quienes disputa su terreno. Durante catorce años y con una manada de reses que se cuenta a millares, Dunson le ha enseñado el oficio a Mathew Garth (Montgomery Clift) a quien adoptó de pequeño después encontrarlo huyendo de los indios. Thomas, mayor y algo cansado, decide vender la mayoría de las vacas y bueyes en Missouri por lo que tendrá que hacer una ruta de más de mil millas. Mathew accede aunque a lo largo de la fatigada expedición, con el calor, los indios y los cuatreros en la frontera natural de Río Rojo, discrepa en la posiblidad de que su destino sea el acertado, viendo en Kansas la única posiblidad para ganar dinero con sus ventas. A partir de aquí el director de "El Dorado" hace gozar al espectador de lo lindo en un duelo de actores basado en la veteranía y la juventud. Los enemigos exteriores pasan a una segundo y tercer plano de importancia (indios a penas se ven) aunque inclemencias que merecen ser recordadas por lo absurdo de ser provocadas como la famosa escena de la estampida (rodada con una precisión de documental intachable) serán el talón de Aquiles de ese par de expedicionarios que son Thomas y Mathew.

A "Río Rojo" se le deben todas las virtudes que una película del Oeste puede ofrecer. El film de Howard Hawks es la piedra filosofal en que muchos films se han anclado no solo en el terreno del western. Directores de cine fantástico como John Carpenter diseñan sus personajes con el carácter de estos viejos y añorados vaqueros que buscan la ambición por encima de todo y sin pestañear, aunque les valga el peso de la traición, el desengaño en el amor y la esquiva presencia de la Muerte.