Sorprendente película de terror psicológico con alguna pequeña aportación visual al gore pero sin desmarcarse de su tratamiento poético, bajo sello francés y sin haber caído bajo la dominante influencia del género perpetrada desde Gran Bretaña, aportada en su mayor parte por la Hammer Films, o la serie B norteamericana de Roger Corman. Un film ideado y concebido a su modo de ver el horror tras la tragedia y la resignación a vivir de ella.

George Franju concebió así una elegante película cercana a una posible adaptación moderna del Doctor Jekyll y Mr. Hyde. A priori la deriva debería tomar ese camino y aunque goze de cierta importancia la figura del mad doctor (aquí un inminente cirujano interpretado por Pierre Brasseur que tiene muchas cosas que esconder y pocas que contar relacionadas con su magistral artesanía en la profesión), la intención del film se centra hacia la belleza de lo desconocido (demostrada en la fría máscara que protege a su desamparada víctima principal, la hija (interpretada por Edith Scob) del doctor cuya belleza ha sido segada por su propio padre). Éste, con su obsesión para reimplantarle un nuevo rostro a tanta desfigurez del que no tiene límites serà el leit motiv de una trama empeñada, insisto, en subvertir más en lo más oscuro de los instintos humanos que da explicación así a la monstruosidad como acto vil y cruel. No, y como mal ejemplo, tomando de base una idea concurrente y parecida en la sangrienta y olvidable “Martyrs” (2008) de Pascal Laugier o “El Cienpiés humano” (The Human Centipede, 2009) de Tom Six directamente destinadas al mal gusto de las truculencias visuales frente a la bellísima fotografía, y como no banda sonora, de la película de Franju.