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Voto de Natxo Borràs:
9
Cine negro. Intriga. Thriller En la ciudad de Los Angeles un agente de una compañía de seguros (Fred MacMurray) y una cliente (Bárbara Stanwyck) traman asesinar al marido de esta última para así cobrar un cuantioso y falso seguro de accidentes. Todo se complica cuando entra en acción Barton Keyes (Edward G. Robinson), investigador de la empresa de seguros. (FILMAFFINITY)
22 de diciembre de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
La tercera película de Billy Wilder como director en Hollywood tras la aventurera “Cinco Tumbas al Cairo” (Five Graves to Cairo, 1943) es toda una síntesis en lo que confiere la más primordial de les lecciones que ha ofrecido la serie negra: el crimen perfecto. Si directores de su época como Alfred Hitchcock, o Fritz Lang encumbraron al género desde perspectivas distintas, Wilder lo hizo a la suya y para ello tenía que retomar su faceta de guionista con la colaboración de Raymond Chandler y ponerse manos a la obra para trabajar en un guión basado en la novela “Double Indemnity” de James M. Cain. El resultado ésta sordida, compleja y bien planificada, como su crimen, obra maestra que dejaba claro en Wilder como el director acomodado a todos los géneros.

Empezando por un final en que el agente de seguros de Pacific All Risk, Walter Neff (Fred MacMurray) le confiesa por grabación a su colega de profesión Barton Keyes (Edward G. Robinson) su implicación en un asesinato premeditado como un accidente con la implicación de la viuda (Barbara Stanwyck) de la víctima. A partir de allí se va desgranando un intenso relato ennegrecido por los recursos adecuados a una trama muy bien elaborada: desde la seducción inicial (la peluca que lucía Barbara Stanwyck, de lo mejor), la maquinación de un plan perfecto con sus coartadas ocultando la ejecución perfecta al desenlace que lleva al brusco destino de cada uno de los implicados. Los Seguros se convierten así en el mejor instrumento del policíaco para realizar las acciones más inverosímiles y así salirse con la suya.

El film técnicamente hablando es un prodigio del blanco y negro aunque por merecimientos se lo lleva “El Crepúsculo de los Dioses” (Sunset Boulevard, 1950), otra obra maestra, con sus momentos de cine negro, sobre el Hollywood decadente que Billy Wilder realizaría cuatro años después. Un Wilder primerizo pero en plena, plena forma.
Natxo Borràs
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