Jack Lucas (Jeff Bridges) es un popular locutor radiofónico que despierta cada mañana a los dormidos habitantes de Nueva York con los comentarios soeces y desvergonzados que escupe a los que le llaman siempre hablándole de unos problemas que a él no le incumben. Pero cuando sucede una tragedia en un momento en que su carrera profesional puede alcanzar el estrellato a la Televisión, Jack desaparece misteriosamente achacado por los remordimientos y el sentimiento de culpa. Unos años después trabaja para Anne (Mercedes Ruehl), la propietaria de un videoclub con la que mantiene una desinteresada relación. Pero Jack aprovecha sus momentos de soledad vagando por las calles de Nueva York y guiado por la bebida. En una de sus juergas nocturnas conocerá al excéntrico vagabundo Parry (Robin Williams), un tipo extraño atrapado por la obsesión de encontrar el Santo Grial, convencido que está en la casa de algún millonario de la ciudad y que en sus paseos por la ciudad se ha enamorado de Lydia (Amanda Plummer) una desilusionada funcionaria que no ha tenido suerte en su vida sentimental.

Después del fracaso de “Las Aventuras del Barón de Munchausen” (1988), el ex-Monty Phyton Terry Gilliam realizó una de sus películas más conocidas en el que trataba el tema de las miserias en el alma humana, más allá cualquier condición impuesta por el destino. No olvida sus sentido fantástico del folclore que se empeña en adentrarnos en una jungla urbana (solamente pacificada por las noches estrelladas en Central Park), en el que los dos desventurados protagonistas masculinos, que no parecerían extraños, intentan cumplir con sus objetivos; uno, por limpiar sus faltas y el otro para recuperar su vida, siempre apoyados por un quijotesco sentido del deber.

Con guión de Richard LaGravanese (Los Puentes de Madison; el Hombre que susurraba a a los Caballos), el “Rey Pescador” ganó un Óscar de las cinco nominaciones que obtuvo. La estatuilla recayó en la de mejor actriz de reparto por Mercedes Ruehl, cuya fama se volvió a desvanecer.