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España España · Madrid
Voto de keizz:
8
Comedia. Romance Los Ángeles, años 30. En la meca del cine, el joven recién llegado Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg), sobrino de un poderoso agente y productor de Hollywood (Steve Carrell), se enamora de Vonnie (Kristen Stewart), la guapa secretaria de su tío Phil. (FILMAFFINITY)
29 de septiembre de 2016
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Manejando los mismos temas de siempre (el amor, el desengaño amoroso, el mundo del cine, Nueva York, los judíos, los problemas familiares, la muerte, el jazz…) Woody Allen firma una de las películas que más me han gustado de las publicadas por el octogenario genio en los últimos años. Una película sencilla, bonita, sin muchas pretensiones, con su velocidad narrativa habitual y tremendamente entretenida.

Allen, maestro indiscutible en el arte de hacer cine, logra mezclar varias subtramas con absoluta limpieza y retratar en clave de comedia situaciones terribles como ciertas ejecuciones de una banda de gánsters o la banalidad social del Hollywood de los años treinta, al que llega Bobby desde Nueva York como llegaban en esos mismos años a Madrid la gente de los pueblos, y siente la misma desorientación que debían sentir aquellos emigrantes al llegar a la capital.

Como de costumbre, los personajes de Woody Allen son complicados, neuróticos, esclavos de la indecisión y propensos a equivocarse en sus decisiones, pese a lo cual no dudan en tomarlas, especialmente las más drásticas. Así, entre las inseguridades propias y las complejidades ajenas, se nos pone de manifiesto la dificultad que tienen las relaciones humanas, especialmente cuando el virus del amor toma posesión del corazón y del cerebro.

Pero todo resulta más agradable si está aderezado con una bonita música de jazz y con un par de buenos chistes. Y tanto en una cosa como en la otra, Woody Allen es un experto. El miedo a la muerte, por ejemplo (otra constante en sus películas) tratado desde el humor cuando explica que es una faena que los judíos no crean en el Paraíso después de la muerte, ya que, si lo hicieran, su religión tendría más clientes.

A pesar del envoltorio de comedia, “Café Society” es una película triste. La ves con una sonrisa permanente en la boca, pero la tristeza te atraviesa de parte a parte sin que puedas evitarlo. A pesar estar disfrazada de película ligera y sin poso, la chispa del sentido de la vida y del amor se enciende dentro de uno de manera inexorable. Las contradicciones del ser humano están perfectamente retratadas. El modo en que el amor hace que veamos como sublime a una persona completamente vulgar, también.

El modo en que Allen te va metiendo en su tela de araña es magistral. Parece que solo estás ahí pasando el rato pero la película va adquirirendo profundidad, intensidad, lucidez, y solo cuando terminas de verla te das cuenta de su verdadera dimensión. No importa que ciertas cosas sean previsibles o que nos recuerde a otras películas, porque va más allá de lo que cuenta. Es pura tristeza detrás de la comedia, pura desesperanza. El amor y la vida como raíles de tren que siempre van uno al lado del otro pero pocas veces llegan a juntarse.

Y, por supuesto, Nueva York. La ciudad de Woody Allen es un personaje más, como de costumbre. Igual que dos hombres compiten por ganar el corazón de una mujer, dos ciudades (Nueva York y Los Angeles) compiten por atraer a Bobby. Y como es lógico, Nueva York gana por goleada. Sus clubs, sus barrios judíos o italianos, su música, sus parques, incluso sus gánsters, no se pueden comparar. Nueva York es la ciudad perfecta para Allen y una vez más lo manifiesta.

Otra buena baza de la película son las interpretaciones. Yo era muy reacio a Jesse Eisenberg y cuando vi que era uno de los protagonistas pensé que sería difícil que me gustara la película, pero me equivoqué. En contra de mi pronóstico, Eisenberg actúa bastante bien dadas las circunstancias (anda escaso de talento, eso es innegable), dando forma a un personaje lleno de aristas que resulta convincente cuando parece un tipo cándido e inocente al que dan ganas de abrazar (“pareces un cervatillo a punto de ser disparado”, le dice la chica en una ocasión), pero no tanto cuando actúa como un conquistador seguro de sí mismo.

También están a buen nivel Kristen Stewart y Steve Carell completando el trío de protagonistas principales. Y luego hay secundarios muy destacados como Jeannie Berlin o Parker Posey. Quizá quien peor lo hace es el propio Woody Allen, cuyo rostro no aparece en la película pero sí su voz, ya que hace de narrador de la misma y si nunca ha tenido Allen una voz muy llamativa, a sus ochenta años menos todavía.

Me gustó muchísimo la escena final. Si hubiera que definir la nostalgia sin usar palabras, elegiría esa escena. Ahí está todo explicado sin decir nada. Me recordó, en otro contexto, al final de “45 años”. Una escena final sin palabras pero absolutamente elocuente. Por fin he visto la cara de imbécil que pongo cuando la nostalgia se apodera de mí.

No hay muchas películas de Woody Allen que me hayan gustado de sus últimas diez. Salvaría “Midnight in Paris” y un poco “Si la cosa funciona”. El resto las he visto porque tengo que ver todo lo que haga este director que tantas alegrías me dio en el siglo pasado. Pero esta vez sí, esta vez ha valido la pena. Y lo curioso es que me ha ganado atacándome por donde menos lo esperaba. La recomiendo, porque aunque se que no va a gustar tanto a la gente que no siente como yo, al resto les distraerá seguro. Son noventa minutos que pasan en un suspiro.

Me gustó muchísimo la escena final. Si hubiera que definir la nostalgia sin usar palabras, elegiría esa escena. Ahí está todo explicado sin decir nada. Me recordó, en otro contexto, al final de “45 años”. Una escena final sin palabras pero absolutamente elocuente. Por fin he visto la cara de imbécil que pongo cuando la nostalgia se apodera de mí.

Me gustó muchísimo la escena final. Si hubiera que definir la nostalgia sin usar palabras, elegiría esa escena. Ahí está todo explicado sin decir nada. Me recordó, en otro contexto, al final de “45 años”. Una escena final sin palabras pero absolutamente elocuente. Por fin he visto la cara de imbécil que pongo cuando la nostalgia se apodera de mí.

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keizz
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