Muchos me llamarán exagerado cuando diga que Miyazaki es de los pocos (poquísimos) cineastas vivos que saben de qué va realmente esto. Y para los que no lo sepan, nos encontramos ante la que puede ser su mejor película (un peldaño por encima de Totoro).

Esta película es, ni más ni menos, que un verdadero clásico que el tiempo pondrá en su sitio: junto al mejor cine épico de John Ford. ¿Que exagero? Estarán los reaccionarios que sólo vean cine de animación infantil (por dios, ¡hay que estar ciegos!), pero los que sean capaces de librarse de sus prejuicios podrán disfrutar de una historia deliciosa, que mezcla momentos épicos, cómicos, líricos y escenas de amor con una solidez envidiable. Cada vez que la veo no me deja de sorprender que la película brille a tan alto nivel en todos los registros, ¿es que Miyazaki no tiene puntos débiles? ¿Cómo se puede dominar con tanta facilidad todas las lides del cine?

El japonés nos regala una narración inspirada, al alcance sólo de los verdaderos visionarios del séptimo arte, con unos personajes para el recuerdo.