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Voto de Pepe Alfaro:
6
Ciencia ficción. Acción. Aventuras Veintidós años después de lo ocurrido en Jurassic Park, la isla Nublar ha sido transformada en un enorme parque temático, Jurassic Wold, con versiones «domesticadas» de algunos de los dinosaurios más conocidos. Cuando todo parece ir sobre ruedas y ser el negocio del siglo, un nuevo dinosaurio de especie desconocida, pues ha sido creado manipulando genéticamente su ADN, y que resulta ser mucho más inteligente de lo que se pensaba, se ... [+]
4 de octubre de 2017
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Michael Crichton (EE.UU., 1942-2008) comenzó a escribir literatura de consumo bajo diversos pseudónimos al objeto de pagarse los estudios de medicina. En 1969 publica su primera novela superventas, que no tarda en adaptarse a la gran pantalla (La amenaza de Andrómeda, Robert Wise, 1971). Su primer paso como director de cine lo efectúa con un guion propio que aglutina muchas de las constantes que más tarde desarrollará en Parque Jurásico; la acción de Almas de metal (Westword, 1973) se ambienta en un parque de atracciones donde los visitantes pueden interactuar con robots perfectamente diseñados, cuando estos empiezan a fallar provocan una situación de pánico incontrolable (¿les suena?, si sustituimos los androides por dinosaurios…).
Aun intentaría Crichton otra aventura cinematográfica adaptando su propia novela de ambiente victoriano El primer gran robo del tren (1979), con Sean Connery aspirando a superar su encasillamiento de James Bond. Afortunadamente, el escritor se centró en sus labores literarias, y cuando imaginó que el desarrollo de la ciencia permitiría reconstruir el genoma de un dinosaurio, regresó al parque de atracciones, ahora plagado de animales jurásicos, permitiendo la coexistencia de los humanos con especias extintas hace sesenta millones de años. La historia estaba servida, y sería el Midas del Cine Steven Spielberg el ilustrador más dotado para aplicar los avances de la animación digital a la resurrección de dinosaurios en Parque Jurásico (1993), un éxito comercial sin precedentes que conoció dos secuelas, la última (Jurassic Park III, 2001), con Spielberg ya relegado a labores de producción, la misma función que se ha reservado para esta cuarta entrega.
Podría cuestionarse el interés por volver, de alguna manera, al origen con esta nueva entrega miméticamente titulada Jurassic World, pero a la vista de la necesaria reactivación que ha supuesto para la últimamente algo depauperada taquilla, tan necesitada de títulos de éxito, huelgan las consideraciones y valoraciones fílmicas. Lo cierto es que el casi debutante director Colin Trevorrow readapta los mismos esquemas argumentales del primer original, evidente con menos gancho que su mentor y productor, pero con mayores dosis de violencia explícita como estigma delator de la evolución experimentada por las historias que nos sirve la industria cinematográfica. Magníficamente servida por unos efectos cuyo único límite está en la imaginación de los creativos y diseñadores de producción, capaces de dar vida al Indomitus Rex, una nueva especie de dinosaurio configurado mediante ingeniería genética, convertido en el malvado de la función, mucho más inteligente y letal que su antecesor Tiranosaurus Rex, aunque a los conquenses siempre nos quedará la ingenuidad y encanto del Gwangi creado por el mago de los efectos especiales manuales Ray Harryhausen.
Respecto al reparto, el héroe encarnado por Chris Platt, gana mucho en presencia fisonómica respecto al a Jeff Godblum, lo que encandilará al público juvenil, pero por el camino se ha dejado la ironía y socarronería del personaje original. El malo encarnado por Vincent D’Onofrio, embutido en la historia de manera tan forzada como inverosímil, tiene gracia por su militarismo jurásico con fines armamentísticos: su objetivo es crear dinosaurios inteligentes para ser empleados en la guerra contra los infieles.
Pepe Alfaro
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