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Voto de Pepe Alfaro:
9
Comedia. Drama Película basada en hechos reales del corredor de bolsa neoyorquino Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio). A mediados de los años 80, Belfort era un joven honrado que perseguía el sueño americano, pero pronto en la agencia de valores aprendió que lo más importante no era hacer ganar a sus clientes, sino ser ambicioso y ganar una buena comisión. Su enorme éxito y fortuna le valió el mote de “El lobo de Wall Street”. Dinero. Poder. Mujeres. ... [+]
29 de septiembre de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay infinitas variables que confluyen en el resultado de una obra cinematográfica tan necesaria como fundamental en estos primeros devenires del siglo veintiuno. Los gustos personales de cada espectador están conformados por cada uno de los posos de nuestras experiencias vitales, sociales y culturales; por ello las películas que reflejan desde cualquier punto de vista los valores o las miserias de este mundo, a veces perturbador y en ocasiones quimérico pero siempre sorprendente, conforman el ámbito de las obras maestras que nos ha legado el séptimo arte.
La última película de Martin Scorsese es una certera radiografía que nos acerca a los valores que impulsan a la sociedad actual, donde el único objetivo es ganar dinero, muchísimo dinero, de la manera que sea, sin ambages morales. Subirnos a esa especie de tobogán portentoso que el director nos propone supone acceder a un mundo poblado de personajes tan grotescos como creíbles, tan desalmados como reales. La gran pena es que esas criaturas, magníficamente personificadas por Leonardo DiCaprio, Jonah Hill, Matthew McConaughey o Jean Dujardin, entre otros, no son caricaturas, son la perfecta encarnación de la estulticia moral implantada por nuestra vergonzante sociedad; este planeta donde las 85 personas más ricas aglutinan tanto patrimonio como la mitad de la población mundial más pobre, es decir, 3.570 millones de personas. Dicho de otra manera, la mitad de la riqueza mundial está en manos del 1 por ciento de la población, que encima la tiene custodiada en paraísos fiscales.
La acción de El lobo de Wall Street se desarrolla en Estados Unidos durante la última década del siglo XX, cuando un grupo de jóvenes ambiciosos y sin escrúpulos capitaneados por Jordan Belfort engañan a pequeños ahorradores vendiéndoles valores que no valen ni el papel que acredita su posesión. Sabían perfectamente lo que hacían y por qué no le colocaban esta basura a los grandes inversores o a las corporaciones importantes, como queda patente en un momento de la historia. En nuestro país estos bonos se llamaron eufemísticamente “preferentes”, y esa quizás sea la mayor diferencia entre ambas mercaderías; bueno, también que Belfort montó su chiringuito al margen de las instituciones y que al final acabó condenado a devolver unas decenas de millones y en la cárcel. Pero las analogías son mucho más próximas como atestigua el gusto por los coches de lujo (Ferrari o Lamborghini), los placeres caros (caviar o coca) o las estrambóticas monterías (de caza o de sexo). Por lo demás, y según parece, una parte del capital usurpado acabó barcenizado desde algún banco de Suiza.
La película está basada en las memorias del propio Belfort, lo que permite a Scorsese, con el asenso del extraordinario (solo en alguna ocasión algo desmedido) guión de Terence Winter, buscar la aquiescencia del espectador a través de la mirada a cámara de su protagonista, en un intento por acercar algo de empatía a su desvergüenza, lo que por otra parte no atenúa su carácter emético. Este es uno de los múltiples recursos narrativos desarrollados por el realizador italo-americano para transformar un film de tres horas de duración en un vigoroso caudal visual al servicio de una historia de nuestro tiempo, vigente, actual y real como la vida misma, aunque se trate de la vida de ese uno por ciento de la humanidad, deshumanizado por efecto de la droga más potente que al parecer existe.
Pepe Alfaro
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