Para los niños de mi generación, nacidos para las letras gracias a las coloridas páginas de los tebeos, los personajes creados por un taumaturgo historietista llamado F. Ibáñez, conformaron un universo maravilloso e inolvidable. Pepe Gotera y Otilio, El Botones Sacarino, 13 Rue del Percebe, Rompetechos… y, sobre todos, esos inefables agentes de la TIA llamados Mortadelo y Filemón, fueron los personajes que alumbraron y alegraron una época no tan lejana sin móviles, consolas, playstation, ordenadores ni otras abductoras maquinitas.
Aunque es indudable que algo de abducción debió ejercer el cosmos de aquellos personajes sobre Javier Fesser (Madrid, 1964), quien desde sus primeros pasos en la realización cinematográfica ha bebido en las fuentes del surrealismo y del absurdo (El milagro de P. Tinto) hasta configurar una obra directamente deudora de sus lecturas de la infancia, culminada en su segunda película con la divertida, dinámica y extravagante La gran aventura de Mortadelo y Filemón (2003), un primer acercamiento a los personajes con actores y decorados.
Pasar directamente a la animación ha permitido a Fesser articular un discurso mucho más cercano a la esencia de sus criaturas, porque lo que ha conseguido, mediante la animación en 3D, es no sólo dar relieve a los personajes, sino captar la verdadera naturaleza de las primigenias criaturas, acercarse a los orígenes de unas historietas plagadas de gags visuales, más conseguidos mediante la aplicación de las actuales técnicas de animación digital.
Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo se transforma en un ejercicio de catarsis, en una pequeña gamberrada visual que consigue el objetivo de divertir con su recurso de sucesivos e incesantes chistes gráficos, hilados con un dinamismo sin respiro para el espectador. Igual que en la matriz de las historietas gráficas, lo de menos es el nexo argumental para articular la tanda de situaciones a un ritmo vertiginoso, donde como siempre el “Jefe” se lleva la peor parte de los mejores momentos.
En resumen, una película que supera a su predecesora en lo que tiene de acercamiento a la génesis de los personajes y que supone, además una plasmación en relieve perfecta de “secundarios” con vida propia como el sufrido Super, su oronda secretaria Ofelia o el prodigioso Profesor Bacterio (ilustre antecedente de Q creador de los gadgets de James Bond); sin olvidar a Rompetechos, cuya miopía le permite cambiar permanentemente de historieta y colarse en otras páginas que no le corresponden, lo que en cualquier caso ofrece mucho juego a las catástrofes provocadas por el adorable cegato. Tampoco la fabulosa fauna de malvados de la función tiene desperdicio, desde el propio antagonista del título a los secuaces siameses o el bipolar Tronchamulas. La diversión está garantizada, y si el espectador pertenece a la infinita legión de lectores y admiradores de las aventuras de Mortadelo y Filemón, está película le trasladará directamente a las vivencias de su infancia, desempolvando algunas gratas evocaciones de cosquilleo con risotada. Hay una sensación de homenaje total hasta el último minuto, conscientemente reconocido en la viñeta final.