Años después de la primera y, en mi opinión, mejor película de Pokémon llega su continuación y, sorprendentemente, trata de manera genial los problemas que se generan alrededor de unos seres que se preguntan si tienen derecho a poblar la misma tierra en la que fueron creados. Aún con todas las limitaciones que se tienen al dirigirse a un público mayoritariamente infantil y al tener que ceñirse a la esencia Pokémon, nos encontramos ante una película que consigue juntar todo eso con un trasfondo filosófico profundamente democrático y ecologista que se encuentra ante una dicotomía muy actual: seguridad o libertad.