Después del anuncio de colchonerías Bengoa -mi tienda favorita, sin duda-, dio comienzo la película. Resulta que en una multinacional con sede en París habían detectado varias manchas de humedad en techos y paredes. Alarmados ante esta situación, el equipo directivo ordena a la secretaria estrella (de nombre Emilie) avisar a una inspectora de sanidad que, tras un exhaustivo análisis hace un diagnóstico aterrador: la construcción padece el síndrome del edificio enfermo. Además, durante la investigación descubren un grupo de roedores antisistema con intención de comerse los cables del internet; menos mal que el Ratibrom es efectivo y logra desbaratar sus planes a tiempo.

Ante la imposibilidad de continuar trabajando en aquel lugar, la empresa se declara en quiebra y todos sus empleados deben buscarse la vida para poder pagarse las lentejas. A partir de aquí, se suceden varias entrevistas de trabajo que acaban con uno -o varios- personajes sin ropa -y sin conseguir empleo, dicho sea de paso-. El desenlace se veía venir de lejos, y es que, efectivamente, la plantilla al completo decide largarse a una casa de campo en la Costa Azul y montar una comuna basada en las enseñanzas de Aleister Crowley, a fin de experimentar el amor libre y consumir todo tipo de drogas psicodélicas. Sublime.

Lo mejor: Cuando aparecieron las letras del final. Me estaba meando a saco y como se alargase el argumento mucho más iba a tener que miccionar en el cubata del señor que tenía a mi izquierda. Sospecho que al afectado no le hubiera hecho mucha gracia.

Lo peor: En el baño no había espacio para dejar la vajilla secando, así que tuvimos que meter los platos mojados en la mochila. Un engorro.

Calificación: Devolvedme los 7 euros que pagué. Ya.