Es una pena que el director Rob Reiner haya perdido desde hace muchos años la gracia, la chispa y el brillo que caracterizaban La princesa prometida, Cuenta conmigo o Cuando Harry encontró Sally. Seguro que entonces hubiera sacado ingenio y ritmo de un guión tan sobado y previsible como el de Ahora o nunca. En cambio, solo se dedica a plasmar en funcionales imágenes una historia que recurre a todos los tópicos sobre como afrontar la muerte cuando somos conscientes de que ya no nos queda mucho.
Dos señores de edad avanzada, pero todavía poderosa presencia física, se conocen en el hospital en el que a ambos les comunican que padecen una enfermedad mortal. Juntos deciden emprender un viaje que les lleve a superar sus miedos, a cumplir sus ilusiones y a poner en orden sus vidas. Todo muy bonito si no fuera porque los tópicos desbordan la historia, y al final todo se reduce a una sucesión de postales turísticas que nos llevan a un final que se ve venir a distancia.
Y aunque no creo que la película sea interesante, le he dado esta puntuación porque afortunadamente todo esto se hace mucho más digerible si los actores que ponen rostro a estos personajes son Jack Nicholson y Morgan Freeman. Esta película no les supone ningún esfuerzo. Actúan, cada uno en su línea, con el piloto automático puesto, y aun así consiguen levantar una película que sin ellos estaría muerta, y la llevan decentemente hasta el previsible y emotivo final.
No se si Rob Reiner recuperará algún día el talento perdido, pero aquí ya puede agradecer a sus dos actores el favor que le hicieron aceptando participar en esta película.