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España España · Madrid
Voto de Barfly:
9
Drama Montparnasse, el barrio bohemio de París, está lleno de artistas que aspiran a triunfar, aunque pocos lo consiguen. En 1919 vivía allí el pintor italiano Modigliani, que arrastraba una miserable y tormentosa existencia, ya que su arte no era comprendido y su único consuelo eran el alcohol y las mujeres. Siempre enfermo y borracho, su vida se dividía entre una tabernera y una rica inglesa que le proporcionaba opio y pagaba sus facturas. ... [+]
13 de febrero de 2010
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes de bajarme el calzón y reventar la piñata, comienzo admitiendo que me he acercado a esta película con una mezcla de curiosidad y desconfianza. El cine francés y yo, como sabéis, vivimos en un permanente estado de tibieza, salpicado de tanto en tanto con alguna refriega, alguna palmadita en la espalda o algún volcánico revolcón, que haberlos haylos, pero no termino de pillarle el punto, no termino de entonar La Marsellesa con fe.

En éstas, y mientras me acomodaba en la butaca, me enfundaba la huevera de metal y pulsaba el play, sospeché que Motta, que la cubrió de halagos, quizá tuvo la mano demasiado pegada a su Rioja. Pero no, de principio a fin la tuvo pegada a su pezón izquierdo.

Porque, en efecto, Los Amantes De Montparnasse es uno de los dramas más emocionantes que ha parido la inefable tricolor en su vida. Y ojo, que Becker, un tipo que capta desde ya mi atención, no sólo se limita a pergeñar una historia de amor bucólica y maldita, sino que se saca de la manga un lucidísimo análisis de la incomprensión, de la injusticia; una muy certera radiografía de la arbitrariedad y del oportunismo que caracteriza el mundo del arte en particular y el mundo, en general.

Yo, si se me permite la osadía, creo barruntar algo: Becker no sólo firma películas; también disecciona buitres.

Para ello, sin incurrir en ningún momento en tremendismos, y con un sentido del humor maravillosamente perro, este inspiradísimo director cocina a fuego lento, sin prisas, con un tono arrebatadoramente romántico y con una heladora precisión la vida de Modigliani, un pintor ninguneado, que sufre de una terrible simpatía por la petaca.

Otro rasgo, otra virtud de la función, que resplandece fulgurantemente en el paisaje galo, es la capacidad de empatizar con el protagonista. Así, a diferencia de otras presuntas joyas francesas donde los personajes parecen postes telefónicos o completos imbéciles, esta película provoca una complicidad inmediata con el protagonista, la cual no es buscada obsesivamente, de hecho prácticamente en la primera secuencia aparece abofeteando a una mujer, algo impensable en la populista y apestosamente aleccionadora cartelera actual.

Es una película maravillosa, inolvidable, sin ningún afán por ser ridículamente original o excéntrica, simplemente el de fotografiar a un hombre peleando contra el universo y contra sus instintos autodestructivos, y de la que pueden extraerse decenas de detalles. Hay líneas de diálogo inconmensurables, como la que sirve a nuestro ídolo para reafirmar su asco en la especie humana ("me encanta trabajar con mucha gente; así es como puedo sentirme solo"), sus infiernos amatorios ("bebo para no estar contigo, para estar sin ti") su devoción por el sagrado líquido ("el vino es una bebida honesta, hay que beberla de pie, con humildad") o el ambiguo concepto que tiene de sí mismo, mi momento favorito, una absoluta hazaña: "A mí tres vasos no se me suben a la cabeza, que sepáis que yo me emborracho de mí mismo".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Barfly
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