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España España · almeria
Voto de TOM REGAN:
10
Drama A principios del siglo XX, un compositor alemán de delicada salud y cuya última obra acaba de fracasar, llega a Venecia a pasar el verano. En la ciudad de los canales se sentirá profundamente atraído por un hermoso y angelical adolescente, sentimiento que le irá consumiendo mientras la decadencia también alcanza a la ciudad en forma de epidemia... Adaptación de la obra homónima del escritor Thomas Mann. (FILMAFFINITY)
25 de marzo de 2021
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
89/24(18/03/21) Obra Maestra del maestro milanés Luchino Visconti que cumple ahora medio siglo desde su estreno Premiere en Londres el 1 de marzo de 1971 en presencia de la reina Isabel II y la princesa Ana, obra polémica por sus temas controvertidos sobre la homosexualidad e impulsos pedófilos, pero que bajo este morboso escaparate esconde muchas capas tratadas con enorme profundidad. Es el segundo capítulo de la "trilogía alemana", que también incluye la pretérita “La caída de los dioses” (1969) y la posterior “Ludwig” (1973). Guioniza el propio director junto a Nicola Badalucco (“La caída de los dioses”), adaptando con fidelidad la novela homónima de 1912 del alemán Thomas Mann, teniendo tres protagonistas, como el londinense Dirk Bogarde dando vida a Gustav von Aschenbach, en probablemente su mejor actuación como encarnación más grande de la decadencia moral y física, donde la mayor parte de su interpretación es en silencio, a su lado está el debutante sueco de 15 años Björn Andrésen, el llamado por Visconti ‘El joven más bello del mundo’, representa para Gustav una especie de idealismo de la belleza, reflejo de su juventud perdida, la turbación obsesiva de lo inalcanzable, amor platónico o deseo de querer ser él? El tercer gran personaje es Venecia, jamás ha sido exhibida de modo tan hermoso y a la vez deprimente, bajo la exquisita cinematografía de Pasqualino De Santis (“Romeo y Julieta”) en Panavision y Technicolor, ello en miscelánea con la epicúrea banda sonora, delicia para melómanos con música clásica crea un halo por momentos de cuasi-Síndrome de Stendhal.

Tenemos un precioso inicio con la llegada del protagonista a la ciudad de los canales, con sus impresionantes vistas desde que llega en transatlántico, el vaporeto y luego en góndola, con la Basílica de San Pedro, su Plaza de San Marcos, sus puentes, y ello adornado por ‘La Quinta Sinfonía’ de Gustav Mahler suena mientras Visconti se acerca a su hotel en el Lido. Una vez allí asistimos a un microcosmos de elitismo de clases altas hedonistas, un gran bullicio multilingüe al que asiste gélido Gustav, pero de pronto sus ojos quedan prendados por un adolescente querubín, un efebo de beldad andrógina, y a partir de entonces será su obsesión y su perdición.

Visconti realiza una ópera sobre un réquiem del crepúsculo de la vida, de alguien al que se le escapa entre los dedos, y encuentra su elegía en la obsesión por la belleza pura, y esto el director lo expresa principalmente sin diálogos, donde la expresividad se da ante todo con el poder omnímodo de la imagen, cuasi-cine mudo, atomizando la sensación del Séptimo Arte, con los paseos del protagonista por Venecia siguiendo a Tadzio, con esos tiempos en la playa del Lido, las cenas en el hotel, el tiempo en su habitación, todo a través del comportamiento de Gustav, Luchino no utiliza un recurso facilón de monólogos interiores o voces en off que nos hicieran sentir sus pensamientos. Para ayudarnos a ver quién es y que siente, el guión del director y Badalucco inventa a un amigo de Gustav para los flash-back, Alfred (buen Mark Burns), que sirve para que discuta con su colega ideas filosóficas inherentes al libro, teorías sobre los deseos reprimidos, sobre que es la belleza, sobre si es fruto de la inteligencia o es algo que aflora de modo natural. Estos salpicados flash-back también sirven para que vemos el pasado íntimo de Gustav, lo vemos en bucólicos momentos con su esposa (Marisa Berenson) y un hijo, que fallece, lo vemos en un prostíbulo con una meretriz (Carole André) teniendo problemas de impotencia, y lo vemos cual réquiem que precede al ocaso estamos presentes en un multitudinario concierto en el que fracasa y es la espoleta para este descanso en Venecia. En la capital del Véneto Gustav apenas tiene unas palabras con el (pirata) gondolero que le lleva al Lido, con el gerente del hotel (Romolo Valli), con un grotesco cantante callejero, el cajero de un banco y el barbero (Franco Fabrizi).

Gustav está sumido en una estado de paroxismo ante la visión del querubín Tadzio, tanto que se dedica a espiarlo, a observarlo, a seguirlo por el hotel, por la playa, por las calles de Venecia, pero nunca hablándole, manteniéndose a distancia. Ante lo que el muchacho asiste de modo flemático, devolviéndole alguna mirada curiosa. Ello en un juego perverso que retroalimenta el protagonista cual vampiro platónico que requiere de la belleza para alimentar su vida, ello en una caída al vacío en su decadencia física.

Decadencia física de Gustav a la que se hace una alegoría con la podredumbre de Venecia que vemos, una ciudad envejecida, desgastada por la humedad, de edificios vetustos, donde la enfermedad la está asolando, vemos las calles desinfectándolas con veneno, en medio de situaciones físicas que dan vigor a esta sensación malsana, como es un pedigüeño que en la estación cae al suelo desplomado y nadie le hace caso, creando con ello un halo turbador, cual si nadie quisiera darse por enterado de que el Hombre de la Guadaña está entre ellos, ello en consonancia con la obsesión enfermiza de Gustav. Que en principio intenta esquivarla huyendo, pero en el último momento encuentra una excusa para volver tras su ‘obsesión’, maravillosa esa escena con la mirada feliz de Gustav en el vaporeto volviendo al Lido. Todo este clima enrarecido se ve potenciado pro personajes disfuncionales que se cruzan con el músico, como el gondolero pirata, o el cantante callejero pintoresco con dientes negros.

Dirk Bogarde da una actuación majestuosa, cargada de matices, con prácticamente todo a merced de sus gestos, andares y su mirada, expresando monólogos interiores de este modo, en silencio sabemos perfectamente lo que pasa por su mente, ello en una transformación gradual en que lo vemos demacrarse por momentos, donde la ropa blanca se le va arrugando, se va llenando de sudor, hasta desembocar en ese homérico tramo final en la playa, donde directamente se derrite ante nuestros ojos,... (sigi en spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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