122/13(19/07/15) Infravalora thriller con absorbentes dosis paranormales. Gregory Hoblitt dirige con pericia este film que te atrapa en sus redes desde el inicio, con un guión juguetón de Nicholas Kazan (“Mathilda” o “El Hombre Bicentenario”), que evoluciona de modo fascinante, en un increscendo apasionante, ello punteado por un elenco actoral formidable, y enmarcado en una ambientación gótica excelente. Desgraciadamente en su momento fue un fracaso de crítica y de público, espero que el tiempo la eleve.
La historia se desarrolla en flash-back y contada en off por el protagonista, el detective de la policía John Hobbes (Denzel Washington), se inicia con este teniendo un encuentro con un preso que detuvo, Edgar Reese (Elias koteas), un psicópata que va a ser ejecutado en una cámara de gas. Tras esto Hobbes junto a su compañero Jonesy (John Goodman), investigan una serie de asesinatos que parecen copiar a Reese. La investigación se volviendo más y más extraña, hasta que Hobbes contacta con Gretta Milano (Embeth Davidtz), hija de un policía que años atrás se suicidó en extrañas circunstancias, y el detective cree están jugando con él. En la historia también tiene importancia el superior de John Hobbes, el Tte. Stanton (Donald Sutherland), el Lou. (James Gandolfini), el hermano retrasado mental de John, Art (Gabriel Casseus), y el hijo de este, Sam (Michael J. Pagan).

Es un relato que juega con el espectador, lo pone frente a la peor de las pesadillas, contra nuestros miedos, la peor de nuestras pesadillas, que cualquiera a nuestro alrededor sea el Mal, que no pueda fiarse de nadie, un niño, su hermano, sus amigos, cualquiera puede ser el Mal, y esto lo hace de modo vibrante, consiguiendo enganchar al espectador con un ritmo que va en aumento conforme avanza el metraje, conforme vamos sabiendo más de este enigmático villano, con una premisa cautivadora, salpicada la trama de tensión, suspense, misterio, misticismo, contada voz en off intrigante, propia del cine negro, imbuyéndote de un aire lúgubre la historia, hasta desembocar en su perturbador final, muy inteligente, de los que se te quedará en el subconsciente durante tiempo. Es una narración revestida de melancolía, de decadencia, de oscuridad, donde se nos habla de temas como la fe, el sentido de la vida, la esperanza, el amor puro, del sacrificio, y sobre todo de la eterna lucha entre el bien y el mal. Es una notable muestra de cine policiaco mezclado con brillantez con el género sobrenatural religioso, con diálogos destacables, con situaciones muy bien trenzadas, con giros inesperados que hacen del film algo imprevisible. Es una cinta que lo porfía todo a la fuerza de lo que cuenta, sin mucha acción, sin necesidad de festivales de efectos especiales juega con el terror, es capaz de hacer de una canción, “Time is on my side” de los Rolling Stones, algo aterrador y cada vez que se escucha provoca escalofríos, asimismo convierte a cada receptáculo humano de Azazel en alguien travieso y gamberro de modo inquietante.

En su debe se podría achacar la falta de ambigüedad de la historia, desde el comienzo con el viaje de Azazel de Edgar al verdugo queda claro algo sobrenatural ocurre, no hay lugar a creamos sea algo de mentes perturbadas, se podría haber aguantado algo de tiempo el misterio, quizás algo de esto había en el guión con el amago de subtrama de corrupción en la comisaria de la que se habla, y luego se obvia, en vez de esto el realizador quiso dejar constancia del Villano que sobrevuela a su antojo entre nosotros. También se le podría haber dado algo de fondo a los personajes, resultan demasiado superficiales, siendo el abanderado un John Hobbes del que aparte de que cuida a su hermano retrasado y a su sobrini no sabemos algo de él, resulta plano, no tiene fondo para sepamos porque Azazel no puede poseerlo, se le debería haber dado algo de forma a su personalidad, esto deriva en que llegados a su catarquico final nos sintamos huérfanos de sentir algo más por John.

Denzel Washington embiste a su rol de carisma, fortaleza, vigor, con empatía y naturalidad genuinas, con gran conexión con el espectador, dicho lo cuál conforme a lo referido en apartado de taras se le debería haber dado fondo del que carece. John Goodman está extraordinario, derrocha humanidad, simpatía, encanto, don de gentes. Donald Sutherland resulta muy desaprovechado en un papel que es hasta prescindible. James Gandolfini aporta su gran personalidad, un actor racial. Embeth Davidtz está correcta en su personaje. El que aprovecha cual Titán sus pocos minutos en pantalla es un minusvalorado en el cine Elias Koteas, el mejor Azazel del film, siniestro, mordaz, lúgubre, socarrón, magnífica presencia.

La puesta en escena resulta maravillosa, con un extraordinario diseño de producción Terence Marsh (“Cadena perpetua” o “La Milla Verde”), rodándose en Filadelpfia, aunque sin nombrarse para darle un aire más universal, paseándonos por lugares decadentes de la urbe, mugrientos, feistas, una comisaria destartalada, y esto potenciado góticamente por la fotografía, Newton Thomas Sigel (“Sospechosos habituales” o “Drive”), escenificando una urbe deprimente, sombría, oscura, envuelta en sombras , con abundantes secuencias nocturnas, coronadas por el clímax, jugando con la cámara con movimientos tortuosos, este tono expresionista maximizado por la lúgubre del chino Dun Tan (“Tigre & dragón” o “Hero”), remarcando la atmósfera turbadora con las melodías de saxofón.