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España España · almeria
Voto de TOM REGAN:
10
Drama La Última Orden se inspira en una historia supuestamente real, que se atribuye a Ernst Lubitsch. Su protagonista es un aristócrata zarista arruinado que, tras la Revolución Soviética, acaba recalando en Hollywood, donde trabaja como extra en una película que narra los convulsos días de la Revolución de 1917, y en la que encarna a un personaje cuya vida es idéntica a la suya. Esta extraña e insólita situación hace que afloren a su ... [+]
7 de abril de 2016
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
46/09(15/03/16) El austriaco Josef Von Sternberg nos regaló una de las Obras Maestras del cine silente, drama con varias sublecturas, cine que se mira el ombligo, sugestivo juego de espejos en plena Belle Epoque de Hollywood hace una mordaz crítica a este universo emparejándolo a la Revolución Rusa, hace ver que siempre los poderosos se han aprovechado de los necesitados, nutriéndose de sus miserias. Nos habla de la integridad, del orgullo, del crepúsculo, del idealismo, del amor verdadero, del patriotismo, o del despotismo, ello lo hace con poder de calado. Con un brillante guión de John F. Goodrich, con intertítulos de Herman J. Mankiewicz (“Ciudadano Kane”), desarrolla una historia del realizador y Lajos Biró ("El ladrón de Bagdad”), basado parcialmente en hechos reales, Ernst Lubitsch conoció en Rusia a un General del Ejército Imperial del Zar, Theodore A. Lodigensky, años después lo volvió a encontrar en Nueva York, huyendo de la Revolución en su país, había abierto un restaurante de comida rusa, Lubitsch volvió a encontrárselo en Hollywood, estaba con su uniforme de General en busca de trabajo como extra a $ 7.50 por día, Lubitsch contó a Lajos Biró la anécdota, que luego este adornó y desarrolló. Bajo el nombre de Theodore Lodi, Lodigensky pasó a encarnar un puñado papeles entre 1929 y 1935, incluyendo al Gran Duque Miguel, exiliado ruso obligado a trabajar como portero de hotel en un film de 1932 “Down to earth”. Destacar la impresionante interpretación del llamado mejor actor del cine mudo, el actor suizo Emil Jannings, teniendo además el honor de ser el primer intérprete en ganar el Oscar, dándose el curioso caso de que lo ganó por dos actuaciones, la de este film y “The Way of All Flesh” de Victor Fleming, siendo este el único año en que esto se dio, a partir de entonces las nominaciones fueron por película. (sigue en spoiler)

Conmovedora historia que arranca de modo que parece una comedia negra arremetiendo contra la trastienda de Hollywood, los anónimos extras que son manejados como ganado en una cadena de montaje, su despersonalización, o como un tipo poderoso desde un despacho elige a su antojo quien trabaja y quien no, muy de Señor feudal, que para más escarnio ha sido un revolucionario ruso, que luego, cuando entramos en el flash-back de Rusia vemos los paralelismos con el llamado proletariado, gente vilipendiada por gerifaltes, reflejo con mucho cinismo de esta floreciente industria del cine, hasta que entra en el mencionado flash-back en Rusia, el tono cambia a un drama romántico con acusados ribetes políticos, conocemos de lleno en los protagonistas, se desarrolla un sentido romance, con una pareja que se demuestra matizada, con aristas, con giros inesperados, con momentos de enorme emoción, con situaciones vibrantes que recuerda a “Doctor Zhivago”, con una recreación de la Rusia revolucionaria formidable, reflejando a los de “arriba” y los de “abajo” con esmero, con secuencias de masas muy bien manejadas para emitir electricidad al espectador, para volver al Antológico tramo final en el presente, donde el juego de metacine, cobra un turbador sentido sentimental, recordando en su concepto a la posterior “Sunset Boulevard” (1950) de Billy Wilder.

Sternberg se abstiene de realizar juicios de valor sobre buenos y malos en la revolución rusa, para él hay buenos y malos en ambos bandos, la gente de a pie tiene en su miseria las motivaciones para rebelarse contra el despotismo de un Zar mostrado como alguien que no le importa su pueblo, pero a su vez exhibe que los líderes revolucionarios son tanto más malos que a los que intentan derrocar, expuestos como una turba violenta que se mueve sin mucho sentido, culmen la fiesta hedonista en el tren, donde vemos que estos líderes rebeldes lo que pretenden realmente es ponerse los abrigos de los derrocados para ser igual de déspotas que ellos, en el otro lado está el General zarista, tipo íntegro, idealista que se preocupa de sus soldados frente a los caprichos zaristas. Intenta ser equidistante con el tema.

Puesta en escena brillante, magnífica dirección artística de Hans Dreier (“Sunset Boulevard”), rodándose todo en los Studios Paramount en Hollywood, en dos planos, uno la impresionante recreación de la recogida de vestuario de la marabunta de extras frente a las ventanillas, y otra en la de la Rusia Revolucionaria, con excelente realismo, excelsas coreografías de cientos de extras, con una parada militar, con una manifestación y su posterior represión violenta, con calles deprimentes nevadas, con un tren lujoso para mandamases oficiales, con maravilloso vestuario de Travis Banton (“Carta de una desconocida”), con espectacular escena (para su tiempo) de derrumbe de un tren por un puente, ello con gran sentido del realismo, maximizado por la fenomenal fotografía de Bert Glennon (“La diligencia”), en glorioso b/n, con momentos de exuberante expresionismo alemán, con tomas de masas espléndidamente encuadradas, con expresivos primero planos que sacan los mejor de las actuaciones, con vivaces travellings. Todo esto sumado da una gran inmersión y equilibrada en los dos tiempos en que se mueve la trama en una deliciosa miscelánea.

Emil Jannings es el amo y señor de la acción, un titán que desborda con su arrolladora personalidad la pantalla, a su rol le infunde carisma, carácter, idealismo, orgullo, idealismo, fragilidad, arrogancia, amor, sensibilidad, locura, y todo en un arco de desarrollo fascinante, una desgarradora actuación, atravesándonos con punzantes primeros planos, una montaña rusa de sensaciones emite, al principio melancólico, un Coloso radiante con aura de Grande, luego está lo bien que expresa gestualmente y con su poderosa mirada su relación con Natalie, y tras el giro el peso de la frustración le va aplastando poco a poco, hasta explotar en el clímax del film, sublime, un papel en cierto modo similar al que él mismo encarnó en “El último” (1924) de Murnau.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
TOM REGAN
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