178/38(22/05/21) Desequilibrado film danés que despierta en mí contradicciones, pues cuando lo vi en el año de su estreno en 1991 quedé sugestionado por su original envoltorio cercano al hipnotismo, pero visto 30 años después me he sentido un tanto frustrado al ahora pedirle algo más a una película que elitismo sensorial, y ahí me he encontrado con una historia muy débil y esquemática, con muchos momentos irregulares y otros cercenables, así como unas actuaciones endebles. Este es un drama post-bélico (cercano al espíritu de “El Tercer Hombre” de 1949 de Carol Reed) dirigido por el controvertido realizador de Copenhague Lars Von Trier, en lo que fue su tercer largo que además cerraba su particular trilogía Europa después de The Element of Crime (1984) y Epidemic (1987). En este caso con claras influencias al expresionismo alemán en la estética, sobre todo de “Metrópolis” (1927) de Fritz Lang y en su historia con un protagonista mecido por los acontecimientos, y sin control sobre lo que la odisea que le ocurre tiene mucho de Franz Kafka y su novela “Amerika” (iniciada en 1911 que dejó inconclusa en 1912 y publicada póstumamente en 1927. Desde 1982 se publica con el título original que Kafka pensó, “El desaparecido”). Su trama se centra (más o menos) en un grupo de alemanes radicales descontentos por la ocupación de los aliados durante la post-guerra mundial, se disponen a realizar actos terroristas, poniendo como cabeza de turco a un joven revisor de origen alemán (Leo Kessler encarnado por un soso Jean-Marc Barr) pero venido de USA.

Es un film con claro carácter experimental en su cuasi-onírica puesta en escena, ya desde la lisérgica voz en off de un estremecedor Max Von Sysow (hipnótica sensación junto a las imágenes de las vías del tren pasando de noche) que cual maestro omnisciente eleva las sensaciones, esto en miscelánea con una visualidad arrolladora en sus múltiples recursos disfuncionales, en pos de provocar emociones, ello gracias al triunvirato europeo en la cinematografía (esto tiene el inconveniente que no se sabe dónde está la mano del uno o del otro) del danés Henning Bendtsen (“Gertrud”), el polaco Edward Klosinski (“Tres colores: Rojo”), y el galo Jean-Paul Meurisse (“El Quinto Elemento”), combinando el omnipresente b/n, con su goticismo en el manejo de sombras, angulaciones singulares, proyecciones de voyeurs con muchas cisiones a través de ventanas, con mucha toma cenital vertiginosa, atravesando muros, con travellings provocadores, con semioscuridades. Esto alternado puntualmente con el color para destacar dramatismo, como es por ejemplo una toma sub acuática en una bañera en la que vemos entrar sangre roja, o con retroproyecciones y sobreimpresiones sobredimensionadas alteradas sobre los propios pensamientos, con dobles exposiciones, (puede sea un lio explicarlo), en claro sentido alegórico; Esto atomizado por el excelente montaje de Hervé Schneid (“Amelie” o “Largo domingo de noviazgo”), que hace que todo este popurrí de efectos visuales queden como algo por tramos embrujador; Y esto punteado por la trémula música de creada por el danés Joachim Holbek (“Rompiendo las olas” o “Dogville”), que maximiza el dramatismo, realza la desesperanza, por encima de lo que se cuenta; Creando entre estos elementos una atmósfera febril de cuasi-pesadilla, donde germina el pesimismo existencial, la asfixia, donde todo acontece de noche, cual si nunca hubiera unos rayos de sol a los que asirse a modo de ilusión, panorama desolador de edificios derruidos, frio, nieve en el interior de catedrales, imágenes espectrales (esas cuerdas de gente a modo de esclavos tirando del aterrador tren de Zentropa saliendo del túnel es sublime).

Es un film que te engancha en su inicio cuasi hipnótico, parece estas ante algo grande que te dejará huella, un entorno ambiguo y complejo en la post guerra mundial en la devastada Alemania, donde el Bien y el Mal son algo difuso. Tenemos a un protagonista idealista que ha vuelto a Alemania a ayudar a la reconstrucción. Pero conforme avanza la trama todo me resulta un batiburrillo de ideas esbozadas sin punch alguno (lo del ataque al pragmatismo americano con los nazis es primero de párvulos), ya sé que se quiere hacer un enfoque critico a la reconstrucción de Alemania, a la hipocresía reinan te en los vencedores, ya sé que el tren es una metáfora de la Alemania (los trajes de los revisores son claros remanentes de los de las SS, su comportamiento marcial lo refuerza; así como ese toque siniestro de que no se puede mirar por las ventanas [alegoría de los civiles que no querían ver el Holocausto], no digamos ya esa tétrica secuencia onírica de un vagón con presos judíos sacados de un campo de exterminio), sentimos el clima de terror reinante donde el Horror de los nazis ha sido tornado por la opresión de la ocupación americana (¿?), y entiendo que se nos quiere hacer ver que estar neutral es una posición peligrosa (como bien decían en un episodio de “Futurama”: “La neutralidad es una amenaza”); Incluso cabe unos dardos contra la Iglesia católica por mor del sacerdote que vemos que quiere quedar bien con todo el mundo. Pero esto me llega de un modo simplista, a modo de pretenciosos apuntes a pie de página a los que les falta hondura. De la sensación de desorientación solo me sacan los ramalazos visuales sorprendentes, pero que no pueden ocultar la dispersión de una historia que pretende mucho más de lo que alcanza, y con ello me voy distanciando del argumento (por momentos caótico), y con solo el mencionado hilo de su punzante estética para mantenerme atento.