Me encuentro ante una película "original". Lo de las comillas va porque la película tiene aspecto de original y de hecho pretende venderse a sí misma como original, pero en realidad de original tiene poco, sí en cambio podría definirse como fresca, esta vez sin comillas.

La identificación es inmediata, nada puedo objetar. A ver, a los veinte años estuve currando en una cafetería casi tan aburrida como el supermercado en el que Sean Biggerstaff ve transcurrir sus horas de insomnio con la lentitud de los muertos. Mis compañeros y yo también jugábamos a los juegos contra-el-reloj: por ejemplo, algo muy típico, cambiar la hora a una hora menos para que te sorprendas más cuando llega el bendito fin de la jornada. Había quien te decía que jamás miraba aquel reloj, que temía mirarlo porque sentía que todo iba más lento cuando lo miraba. Dentro de ese tiempo que se estiraba como eterno chicle, cabían tantas cosas que en lugar de siete horas parecían quince. Puede llegar a dar la impresión de que es posible jugar con el tiempo, manipularlo. La obra de Sean Ellis es muy agradecida, porque en base a la idea de poetizar la teoría de la relatividad, parece muy por encima de lo que se propone en realidad, que es una historieta de amor mínima.

Superado el primer instante de entusiasmo y de "oh, estoy viendo por fin algo distinto" es lo que queda. Por muy bonitos momentos que depare congelar el tiempo.