Un niño debe ejercer las labores de "cabeza de familia" con su hermanita pequeña después de que un bombardeo durante la II Guerra Mundial acaba con su casa y con su madre. Del padre, que está luchando con la Marina japonesa, no tendrán noticia alguna. Los chavales acaban viviendo solos en unas cuevas, donde su lucha precaria por la supervivencia acabará en previsible tragedia, ya que, ni el uno ni el otro están preparados para cuidarse solos.
Esta película no engaña: desde la primera frase que se pronuncia y la primera escena que vemos, se reconoce una intensidad dramática in crescendo. La implacable sucesión de acontecimientos que siguen a los primeros bombardeos conduce a un final que no por esperado, es menos terrible. La contraposición entre la crudeza de la guerra y los juegos inconscientes de los niños es sencillamente abrumadora; con esta premisa se desarrolla una historia que podía haber sido cualquier historia anónima de la guerra, tan triste, tan patética, que (y no me gusta utilizar esta frase) te rompe el corazón.