Los Goonies debería ser, por franja de edad, una de mis películas "generacionales". Nunca lo fue. La primera vez que la vi en el cine, con 12 años, me entretuvo pero no me voló la cabeza como parece que hizo a tanta gente de mi quinta, por culpa de algunas inconfundibles características marca de la casa Spielberg: ese grupito estereotipado de chavales (el gordito medio bobo, el científico asiático, el chulito, la guapa, la amiga fea de la guapa...), ese humor tontorrón e infantiloide para todos los públicos, los chascarillos que parecían sacados de un manual de cincuenta años atrás... Eso sí: una producción cojonuda, una historia simplona pero efectiva... y poco más necesitó para arrasar en taquilla y hacerse un hueco en la Historia del cine.

Esta The Lost Boys (Jóvenes Ocultos me parece otra traducción demencial más de esas que nos marcamos en nuestro país), con participación directa en la producción de Richard Donner (el director de Los Goonies) y con Corey Feldman en un papel principal muy similar al que tuvo en aquella película, no deja de ser una especie de revisitación de Los Goonies a la que se le añade el vampirismo como vehículo narrativo.

No obstante, la primera media hora larga de The Lost Boys me atrapa. Todo ese prólogo de la noche en Santa Carla, con la iluminación nocturna del parque de atracciones perfilando la costa, la muchedumbre hechizada en su diversión y el misterioso grupo liderado por Kiefer Sutherland, me es absolutamente magnético. Es a partir del momento en que Jason Patric comienza su proceso de conversión en vampiro que la película cambia de tono y empieza a aburrirme. Tras un oscuro y enigmático inicio donde los adultos tienen el protagonismo, la historia se vuelca en los Coreys, Haim y Feldman, una pareja actoral adolescente en pleno apogeo de popularidad por entonces, aún muy lejos de ser los muñecos rotos y clientes VIP de clínicas de desintoxicación en que se convertirían tras superar la postadolescencia.

Nunca he soportado a los Coreys, especialmente a Feldman, siempre en el mismo papel de niñato enteradillo y gañán. Quizá tuve más simpatía por Haim, con quien incluso llegué a partirme de risa en la comedieta Una De Las Chicas (1993), hasta que el inexorable paso del tiempo, y seguramente su afición a los psicotrópicos, dejaron patentes sus lagunas como actor adulto. En The Lost Boys los Coreys y un tercer aliado tan insoportable como ellos (Jamison Newlander, de quien nada más se supo como actor) toman el papel de cazadores de vampiros que tratarán de rescatar a Jason Patric de su progresivo estado de no-muerto y de paso eliminar de Santa Carla la amenaza vampírica.

Esa segunda mitad de película liderada por el elenco juvenil está trufada de ese humor recalentado que cito anteriormente, y la acción, pese a contar con un nivel técnico tan bueno como cabría esperar de una producción como ésta, es previsible y anodina, cumpliendo todos los clichés de las cintas de acción ochenteras dirigidas al público juvenil.

Como curiosidad, ese mismo año Katryn Bigelow (futura primera mujer en ser galardonada con un Oscar de Dirección) estrenaba Los Viajeros de la Noche (Near Dark), que contaba una historia muy parecida sobre vampirismo adaptado a los años ochenta, con unos resultados francamente mucho más interesantes sin ser una película redonda en absoluto, pero sí mucho más recomendable que estos Goonies 2 en Transilvania.