Haz click aquí para copiar la URL
República Checa República Checa · Praha
Voto de Johan Liebhart:
7
Drama Una familia, su realidad y las sombras de lo que es posible o anhelado conviven en una misma casa de blancas paredes. (FILMAFFINITY)
3 de noviembre de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras salir airoso de la inconmensurable "Pastoral: To die in the Country" (la cual llegaría a competir en Cannes por la Palma de Oro); Shūji Terayama, lejos de plegarse a las propuestas de trabajo de productoras internacionales y, sin salirse de la escena underground, inició un período de intensa experimentación formal que resultaría en una docena de cortometrajes y una miríada de proyectos inacabados e ideas que no acabaron de germinar. Un período que, como al Godard más radical, le llevaría a explorar los fundamentos de la cinematografía y replantearse su misma esencia como arte o crisol de artes(*).

"The Woman with Two Heads" se enmarca en esta etapa y es quizás, junto a "The Reading Machine", su obra más lograda. Con una simplicidad de elementos apabullante (cuatro personajes, tres paredes, un cuarto) logra una atmósfera de cotidianidad surreal, profundamente evocadora.

La primera escena es pura ensoñación. Una niña juega a hacer rodar una rueda con un palo, avanzando pasito a pasito acompañada por una cadenciosa melodía de piano. Avanza en paralelo a una inmaculada pared que domina todo el encuadre, bañado en un precioso tono sepia. El encuadre y la homogeneidad del espacio provocan que la línea del suelo sea apenas perceptible, la niña parece caminar flotando por un lienzo en blanco donde se proyecta su sombra de perfil. Pero hay algo extraño que notamos de inmediato a medida que avanza. Es como si la sombra no estuviera sincronizada con su movimiento.
La sombra parece ir unos compases por detrás.

La asincronía se agudiza hasta que al cambiar de dirección...

Sombra y cuerpo se separan por completo.

La niña saldrá de escena y ya solo seguiremos a su sombra, que prolongará el juego un minuto más...


Este es el gran hallazgo de Terayama, la sombras a destiempo, que acompañarán a todos los personajes de este singular espacio familiar.
Pero no debe malinterpretarse, no se trata de un rebelde doppelgänger sombrío que busca independizarse de su creador al estilo de los dibujos animados. Las sombras aquí son extensiones del deseo (consciente o subconsciente) de cada personaje, manifestaciones de su voluntad de escapar de la erosión del tiempo y su duración objetiva. De escapar de aquello que da término a todas las acciones, a todas las emociones. Tanto las más placenteras como las más aciagas. Desplazarse a la dimensión sombría reduciría al mínimo los condicionantes vitales-temporales, no preocuparían el cansancio ni los ciclos de sueño, el éxtasis sexual podría alargarse mucho más allá de un instante, pero también la depresión, la melancolía. Sin embargo, las sombras también mueren una vez se impone la oscuridad.

En la obra, las sombras muertas dejarán huellas permanentes en las paredes, como marcas indelebles de un pasado traumático o un futuro perdido. La marcha del amante perpetuada en la puerta, la tristeza de la mujer del pintor empañando continuamente las paredes… Limpiar la estancia, deshacerse de las huellas, será necesario para aliviar la conciencia y atemperar las emociones.

Tras esta suerte de metáfora existencial en apenas 15 minutos, (que evidentemente permite una lectura distinta a la mía dado su carácter ambiguo), la obra acaba desvelando el trampantojo cinematográfico con un movimiento manierista que bien podría haber inspirado a Almodóvar. (**)

Creando así una pieza que regresa a los recursos teatrales de antaño, desde las sombras chinas hasta aquel cine primitivo y esencial que era apenas un juego de luces y sombras, pero retorciéndolos para integrar las preocupaciones existenciales y estéticas del cine (pos)moderno, tomando el rumbo final de la Persona bergmaniana, hacia esa preciada linterna mágica capaz de mezclar inextricablemente ficción y realidad...




Dicho esto, solo puedo reprocharle dos cosas. Primero, que no (se) haya explotado más esta idea visual, pues sus posibilidades se extendían más allá de lo que al final acaba ofreciendo el cortometraje. La cadencia melancólica alarga mucho los planos y, dada su duración total, irónicamente se agota antes de prender toda la mecha. Segundo, la elección del título, aunque atrayente es poco oportuno, a mí me sugiere terror freak y puede contrariar o espantar al espectador más profano. Me quedo con el de la crítica.

Y con todo, Shūji Terayama demuestra una vez más porque fue el mayor cineasta experimental de Japón (con perdón de Nobuhiko Ôbayashi y Toshio Matsumoto). "La mujer de dos cabezas" me parece una de sus obras más sólidas y logradas partiendo además de un presupuesto muy modesto y una composición minimalista.

Muy pocos han hecho tanto con tan poco.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Johan Liebhart
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow