La sangre y la lluvia promete desde la sinopsis: para quien no conoce Bogotá, la película se presenta como un buen ejercicio de presentación y representación urbana. El hecho de que la historia sea narrada desde la perspectiva de un taxista de la ciudad y una "habitué" de la noche y los tópicos policiales y de pandillas hacen que el planteo inicial resulte prometedor, y que las secuencias introductorias y descriptivas atrapen al espectador. La soledad y la melancolía que presentan los protagonistas no son aprovechadas: la belleza y potencial actoral de Gloria Montoya son anuladas por la inexpresividad exasperante de Quique Mendoza (y su papel, no todo es culpa del actor). Sí, la fotografía es impecable, al igual que la puesta en escena, pero el problema del filme es cuando se le exige que nos diga algo: La sangre y la lluvia no trasciende la mera introducción y no avanza sobre el nudo narrativo a pesar de contar con todos los elementos para hacerlo. Los conflictos y tensiones necesarios para hacer avanzar cualquier relato, comienzan a mostrarse débiles y hasta improvisados. En lo único que cumple el relato es en la creciente sensación de no ir hacia ningún lado. Al final, el guión resulta un chicle sin sabor, y esto en un filme de más de cien minutos es un déficit que da por tierra con cualquier valoración condescendiente.
En conclusión, es una pena ver desaprovechados toda una serie de elementos formales en manos de un guión ineficaz, insípido y poco desarrollado.