En este viaje cinematográfico bautizado como "Stalker" de Andrei Tarkovsky, el director ruso nos sumerge en un pantano de imágenes etéreas y diálogos que parecen escapar de la realidad, como si los personajes hubieran olvidado el guion en alguna dimensión alternativa. ¿O quizás fue el guion el que nos olvidó a nosotros?

Con su característica maestría visual, Tarkovsky logra transformar lo mundano en lo místico, pero ¿a qué costo? Las escenas extensas y contemplativas, como si el tiempo se hubiera enamorado de sí mismo, pueden llevar a los espectadores a un estado de sopor más profundo que la mismísima Zona que exploran los protagonistas.

La trama, en su deseo inquebrantable de ser profunda, se enreda en su propia complejidad, dejándonos atrapados en un laberinto de simbolismos que, aunque brillantes, parecen tener la intención de hacernos sentir menos inteligentes de lo que nos gustaría admitir.

En su afán por explorar la psique humana y trascender las barreras de la realidad, "Stalker" se convierte en un ejercicio de resistencia mental para el espectador, llevándonos a preguntarnos si estamos siendo desafiados intelectualmente o simplemente sometidos a un juego de pretensiones cinematográficas.

Tarkovsky demuestra su destreza visual, pero la narrativa se convierte en una maraña de enigmas que podrían desconcertar incluso al más avezado de los buscadores de significado. La belleza visual no siempre compensa la falta de conexión emocional y la indulgencia en la complejidad. Tal vez, al igual que los personajes en la Zona, nos encontramos perdidos en un territorio donde la profundidad no es más que un espejismo, y la verdadera revelación es que, a veces, menos es más.

Dr.Juve