Majestuosa obra maestra.

Encontró su milagroso lugar en la cadena de producción de los estudios de Hollywood gracias al éxito de las nuevas películas musicales de animación que catapultaron a Disney en los 90 hacia las recaudaciones estratosféricas y el respeto de la crítica (La Sirenita, La Bella y La Bestia, Aladdin, El Rey León) y que craron un mercado amplio, pero a través del sello alternativo Disney: Touchstone, claro.

Una operación difícil de ejecutar por su tono melancólico, su estética romántica, su amor por lo oscuramente bello, sus canciones más Sondheim que Menken, su técnica artesanal con marionetas... Una larga serie de aparentes 'contras' de producción que son rotundos 'pros' para un público que no tiene otra que volver a sentirse niño con cada detalle, cada color, olor, canción, idea, muñeco y decorado hasta renunciar a cualquier apriorismo y reconocer que tiene ante sí una obra maestra sin aristas que quedará en pie con otras pocas cuando todo el celuloide arda para siempre y solo unas pocas obras sean recordadas para generaciones futuras.