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Colombia Colombia · Bucaramanga
Voto de CandyColorClown:
4
Drama Raúl Tréllez, dios del mugre, el único, el irreparable, un reciclador enajenado por la terquedad, la libertad absoluta y los caramelos, está empeñado en lograr con sus pocos conocimientos e improvisados dispositivos, que la duración de la luz roja del semáforo pueda ser controlada por él, el tiempo que quiera, para poder montar actos más largos entre malabaristas, lisiados y vendedores ambulantes y otros habitantes de un cruce de ... [+]
15 de febrero de 2011
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Sin ser estrenada en carteleras nacionales y aún no distribuida por la productora independiente Sanandresito Films, el fanatismo religioso que despertó el director colombiano Rubén Mendoza con su ópera prima en más de once mil “espectadores de la nada”, fue el ambiente menos propicio para ver y analizar la compleja obra cinematográfica de una de las jóvenes promesas del cine nacional.
Es de esa ceguera social posmodernista “click” de lo que hay que desprenderse para hacer el ejercicio de criticar una cinta llena de matices, contradicciones, vitalidad, de amores y odios, pero ante todo, de una valentía que el director Mendoza refleja en su arriesgada puesta en escena que rescata la calle como movimiento vertebral de una ciudad, pero que, como es de esperarse de una ópera prima, tiene más yerros y fracasos, lo que la hace aún más valiosa e interesante.
La sociedad del semáforo nace en el papel como una propuesta ambiciosa y vital por el acierto que tiene el guionista en ahondar en un universo cliché, pero que en sus entrañas guarda más que la primera impresión, a través de la visión delirante de Raúl Tréllez, un personaje tan real como su realidad, anacrónico y libertario, que se empeña a pesar de sus limitaciones, en romper estructuras y cambiar ciertos axiomas de la sociedad; sin embargo, en pantalla, el guión sufre una irónica transformación y lo real termina por verse fingido e irreal, lo que no es malo, pero que no venía premeditado dentro del discurso de Mendoza.
Con este precedente, las actuaciones terminan siendo el principal yerro del director, el cual no supo orientar e hilar dentro de lo real al actor en cada una de sus intervenciones, dando paso a una serie de inverosimilitudes en su ser y pensar. También los diálogos carecen de personalidad y se empeñan en ser monótonos y evidentes. Propuestas como “La vendedora de rosas” y “Rodrigo D no futuro”, de Víctor Gaviria, fueron contextualizadas a la realidad de los protagonistas y no ceñidas y forzadas a la realidad del filme, como es el caso de la obra de Mendoza.
Las deficientes actuaciones (bueno, se salva Cienfuegos y Amparito) impidieron que Mendoza pudiera sostener el argumento y terminó extendiendo algunas escenas que nada le aportaron a la narración, y que sí en cambio, mostraban su improvisación en la resolución de la película. Así, la historia se pierde por momentos inconexos que no tienen importancia para el verdadero sentido de la cinta.
El director centra sus esfuerzos en recrear fielmente esa atmosfera visual de la Bogotá iconoclasta, a manera documental, pero olvida en muchas secuencias, ese discurso irreverente y diferenciador que tiene su visión creativa que ha marcado la cinematografía nacional en propuestas como “La cerca”.
Lo más interesante de la película está por venir, y aunque haya sido más una derrota que un triunfo, la sociedad del semáforo como ópera prima nos recuerda el hermoso cine que somos: un cine en construcción.
CandyColorClown
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