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Voto de twolance:
7
7,1
13.655
Drama. Musical
Biografía de la famosa cantante francesa Edith Piaf (1915-1963): su infancia, su adolescencia y su ascensión a la gloria. De los barrios bajos de París al éxito de Nueva York, la vida de Edith Piaf fue una lucha por sobrevivir y amar. Creció en medio de la pobreza, pero su voz mágica y sus apasionados romances y amistades con las grandes personalidades de la época (Yves Montand, Jean Cocteau, Charles Aznavour, Marlene Dietrich, Marcel ... [+]
2 de abril de 2008
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida en rosa, bio-grafía de la cantante francesa Edith Piaf, es al mismo tiempo un drama denso, un hermoso homenaje a la imagen, y una invitación a la reflexión sobre el arte, la vida y el amor.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Para lograr un filme satisfactorio en esos niveles, Olivier Dahan -su director- contó con un abundante material sobre la vida de la polémica Edith, a través del cual quiso mostrar cómo alguien vive de manera tan apasionada su arte que llega a fundirse en su propia obra. Como artista plástico que es, ese enfoque debió interesarle a Dahan más que la simple realización de un largometraje sobre la vida de algún famoso (biopic).
Gracias a esa claridad sobre lo que se proponía con el filme, rompe la narración lineal, para mostrar salteadamente fragmentos de la vida de la artista en sus diferentes etapas. Por eso, la narración acentúa, en la infancia, el mundo bohemio, “cabaretil” y circense en que creció su protagonista, a través experiencias rodeadas de abandonos, calles, espectáculo, mundo adulto y enfermedad. Estas escenas aparecen alternadas con el inicio, ascenso y descenso de su carrera, en un recorrido visual que muestra el París aterciopelado en camino de ingreso a lo urbano, y el New York de los music hall.
Frente a ese manejo salteado del tiempo, surgen dos sensaciones. Primero, que en el orden de aparición de los fragmentos elegidos no hay una lógica clara, sino más bien una cierta dinámica de “asociación libre”, que al espectador puede parecerle confusa. Segundo, que –pese a lo anterior- esa asociación abierta le permite escapar a la pretensión de establecer causas y efectos, de justificar en las dificultades infantiles las obsesiones de la vida adulta.
Esa claridad respecto a la historia, también viaja en lo visual, donde destaca la atmósfera pesada, fría, aterciopelada, que logran reflejar colores, espacios y objetos. El uso reiterado del plano-secuencia (que alcanza su mejor momento en la escena donde le informan a la protagonista la muerte de su gran amor), reitera cierto placer en lo plástico de la imagen, y complementa dicha atmósfera.
Pero si bien la película cuenta con un buen reparto, sin dudas la actuación de Marion Cotillard es la que define la consistencia de ese universo recreado en pantalla. Su maquillaje, sus gestos, su expresividad, reconocidos con un Premio Oscar, son el sello definitivo para que la historia se haga creíble. Al menos lo suficiente para que cuando al finalizar la película escuchamos esa famosa canción suya en la que dice no arrepentirse de nada de lo vivido, se configure uno de los mejores finales del cine que por estos días puede verse en la ciudad.
Gracias a esa claridad sobre lo que se proponía con el filme, rompe la narración lineal, para mostrar salteadamente fragmentos de la vida de la artista en sus diferentes etapas. Por eso, la narración acentúa, en la infancia, el mundo bohemio, “cabaretil” y circense en que creció su protagonista, a través experiencias rodeadas de abandonos, calles, espectáculo, mundo adulto y enfermedad. Estas escenas aparecen alternadas con el inicio, ascenso y descenso de su carrera, en un recorrido visual que muestra el París aterciopelado en camino de ingreso a lo urbano, y el New York de los music hall.
Frente a ese manejo salteado del tiempo, surgen dos sensaciones. Primero, que en el orden de aparición de los fragmentos elegidos no hay una lógica clara, sino más bien una cierta dinámica de “asociación libre”, que al espectador puede parecerle confusa. Segundo, que –pese a lo anterior- esa asociación abierta le permite escapar a la pretensión de establecer causas y efectos, de justificar en las dificultades infantiles las obsesiones de la vida adulta.
Esa claridad respecto a la historia, también viaja en lo visual, donde destaca la atmósfera pesada, fría, aterciopelada, que logran reflejar colores, espacios y objetos. El uso reiterado del plano-secuencia (que alcanza su mejor momento en la escena donde le informan a la protagonista la muerte de su gran amor), reitera cierto placer en lo plástico de la imagen, y complementa dicha atmósfera.
Pero si bien la película cuenta con un buen reparto, sin dudas la actuación de Marion Cotillard es la que define la consistencia de ese universo recreado en pantalla. Su maquillaje, sus gestos, su expresividad, reconocidos con un Premio Oscar, son el sello definitivo para que la historia se haga creíble. Al menos lo suficiente para que cuando al finalizar la película escuchamos esa famosa canción suya en la que dice no arrepentirse de nada de lo vivido, se configure uno de los mejores finales del cine que por estos días puede verse en la ciudad.