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Voto de Joan Ramirez:
7
7,3
23.914
Drama
Una mujer, profesora de piano en un conservatorio, frecuenta cines porno y tiendas de sexo para escapar de la influencia de su dominante madre. Uno de sus alumnos se propone seducirla. (FILMAFFINITY)
9 de junio de 2011
1 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una profesora de piano, seria y envarada como todos los profesionales que manejan sentimientos y optan por sobrevivir, topará con el muro de su sexualidad chirriante en el momento en que la ha de compartir. Eso es esta película, amén de la exquisita interpretación de Isabelle Huppert, hasta que el guión la obliga a perder los papeles y se va todo al carajo. Qué lástima.
No es nuevo que los asuntos de los hombres con frecuencia fracasen porque no se presta la misma atención al final que al principio. Y esta película, más que prometedora y deliciosa a ratos, se pega la gran leche al final. Insisto: que lástima. Te lo cuento en el “spoiler”, no hay más remedio.
No es nuevo que los asuntos de los hombres con frecuencia fracasen porque no se presta la misma atención al final que al principio. Y esta película, más que prometedora y deliciosa a ratos, se pega la gran leche al final. Insisto: que lástima. Te lo cuento en el “spoiler”, no hay más remedio.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Veamos… Las notas que entran en un compás NO son negociables, son las que son y punto. Y si tu alumno de piano se embarca en “rubatos” sensibleros (cambios de ritmo discutibles), cuando menos le has de dar un collejón que se le marque el Steinway en la frente. Es decir, la protagonista, que se arruga y apoca viviendo con una madre que la ha retenido a su vera, lo tiene todo para ser un verdadero hueso cuando se calza la gabardina y va para el conservatorio o el sexshop, según le pique. Es decir, que en tres cuartos de la película se teje un retrato perfecto de una dominadora o dominatriz (¿se dice así?) que la Huppert borda con su seriedad, sus miradas y los maquiavélicos planes que cruzan su entrecejo.
Y, de repente… ¡hay que joderse, va y se vuelve sumisa! Así, sin ton ni son. Pero sumisa, sumisa, eh. Autolesiva y todo. Yo percibo, incluso, que la actriz no sabe por dónde cogerse al giro del guión, se le nota. Y, efectivamente, ya no coge el tono, y el retrato de la señorita Rotenmeyer se deshace como un terrón de azúcar.
Hasta dónde yo sé, entre sádicos y sumisos hay un término medio, una gente extraña que el gremio denomina “switch” (interruptor en inglés…), que lo mismo te dan un mandao como que te lo suplican. Pero tampoco es eso lo que se retrata.
No sé, amigos y amigas. En las hagiografias no hay mácula. En las películas sobre el Titanic, el barco se hunde. Y cuando te dibujan tan bien una mujer perdida en su hermetismo, en el hervidero de su mente, el que ha de pringar es el niñato que la pretende seducir, y no ella.
Y, de repente… ¡hay que joderse, va y se vuelve sumisa! Así, sin ton ni son. Pero sumisa, sumisa, eh. Autolesiva y todo. Yo percibo, incluso, que la actriz no sabe por dónde cogerse al giro del guión, se le nota. Y, efectivamente, ya no coge el tono, y el retrato de la señorita Rotenmeyer se deshace como un terrón de azúcar.
Hasta dónde yo sé, entre sádicos y sumisos hay un término medio, una gente extraña que el gremio denomina “switch” (interruptor en inglés…), que lo mismo te dan un mandao como que te lo suplican. Pero tampoco es eso lo que se retrata.
No sé, amigos y amigas. En las hagiografias no hay mácula. En las películas sobre el Titanic, el barco se hunde. Y cuando te dibujan tan bien una mujer perdida en su hermetismo, en el hervidero de su mente, el que ha de pringar es el niñato que la pretende seducir, y no ella.