Existen una infinidad de maneras a través de las cuales se puede contar una anécdota, un breve relato o una elaborada historia. El método escogido por David Lowery para trasladarnos su propuesta probablemente no sea el más entretenido, el más ameno o el más eufórico, pero, sin duda alguna, es bello.

Podemos entender la belleza como una cualidad abstracta capaz de provocar en quien la contempla un placer sensorial, intelectual o espiritual. Entonces, teniendo dicha concepción de belleza en cuenta,si, por ejemplo, excluimos el propio argumento del largometraje, nos encontramos con un hermoso lienzo en el que se lleva a cabo una mezcla de planos, edición y banda sonora que se bastan de si mismos para cautivar al espectador y el cual es atractivo tanto en forma como en contenido, por lo que parecería imposible no reconocer tal belleza en la película.

Este proyecto, podría bien ser catalogado de poema sensorial, cuya esencia consigue transcurrir más allá de las simples pulgadas de la pantalla en la que se proyecta, para así, propagarse por un ambiente que ella misma crea a lo largo de su metraje. Indudablemente se trata de una película que, en su forma, se encuentra ideada para un espectador paciente, cuya virtud, sin duda alguna, se verá recompensada cuando aparezcan los créditos finales en la pantalla.

En su odisea por encontrar la paciencia del espectador, Lowery nos propone un recorrido a través de una gama de diferentes temáticas acompañando la existencia de un fútil fantasma. Es una propuesta que, pudiendo pecar de pretenciosa, es innegablemente interesante.Sin ser una magnifica obra, con ayuda de las breves y notables interpretaciones (a destacar la actuación de Rooney Mara), un guión sencillo pero a su vez funcional y una admirable belleza visual, el director nos propone un filme no convencional digno de ver por cualquier espectador que, en efecto, este dotado de tan ansiada paciencia