Norte de Italia, Verano de 1983. Sin duda es una película que pasa de puntillas durante el visionado, creando una escena, una imagen. Tú, con tus amigos, solo, con tu familia, con tu pareja, en tu cuarto, en el salón de la casa de tus abuelos, en la cama de un hotel de tres estrellas, en un televisor de 40 pulgadas, en un ordenador portátil, en tu smartphone; no importa. Una vez finalizada la película te acuestas, mañana será otro día.

Al despertarte te preguntas como sonaba aquella canción que Luca Guadagnino te enseñó en la película que viste la pasada noche. Lo mismo te da por buscarla en internet, consigues el nombre y la vuelves a escuchar mientras desayunas. Lo mismo no.

Has amanecido en un día brillantemente soleado y, al salir de tu casa, te encuentras con unos árboles que reciben tal luminosidad. Imposible que no se te venga a la cabeza cualquier imagen del metraje que viste ayer. Aquella Italia tiene una gran similitud con el país en el que resides. Ambas tierras están bañadas por el mismo mar azulado.

Continuas tranquilamente tu día, no mucho que hacer, estás de vacaciones y da la casualidad de que es verano. Almuerzas acompañado y, por cualquier comentario se desatan unas risas. De nuevo, te vuelve a la cabeza cualquiera de las escenas de aquella película, se parecen mucho, es real.

Atardeciendo. Se dirigen a ti con un susurro, la situación lo requiere, el mensaje se concentra, te exige una mayor atención para su correcta comprensión, merece la pena. Esta vez no solo recuerdas cualquier fotograma, sino también un nombre. Elio. Elio, Elio, Elio, Elio, Oliver. Aquella escena que se construyó el día anterior se ha congelado, se está concretando para perdurar en ti, a pesar de ti, que tampoco le diste una importancia mayor de la que le atribuías, de la que te exigía.

Una vez finalizando el día, no puedes evitar recapitularla, acudiendo a cualquier fuente de información que pueda evocarla. Quizás sales de fiesta con tus amigos, a lo mejor tienes la oportunidad de poder darte un chapuzón en un río cercano, o de pasear en bici por las calles de la ciudad. Tal vez puedes hacer el amor en la oscuridad de esa misma noche, e incluso sentir algo por una persona. No buscas imitar nada, tan solo tienes ganas de respirar. Conoces de una historia que sucedió en el Norte de Italia, Verano de 1983.

La ganadora de la Biznaga de Oro en el Festival de Málaga no es solo una de las películas que más me ha conmovido en lo que a estrenos de 2020 se refiere, sino que se alza, de la mano de Estiu 1993, como una de las mejores óperas primas de cine español de las últimas décadas. Con una humilde producción y siendo no más que una película cotidiana esta cinta me ha logrado transmitir incluso más de lo que parecer pretender.

Según mi entender, una de las cualidades esenciales para ser un buen director de cine es la capacidad que se ha de tener para saber proyectar un punto de vista determinado sobre una específica realidad. La necesidad de que un realizador pueda hacer transmitir una idea concreta que ha sido madurada y ha tomado forma en su cabeza, e incluso en su subconsciente, se convierte en una pieza clave a la hora de que el receptor de esa idea, es decir, el espectador, pueda entender la intención y el mensaje que le dan forma. Lo cual no quiere decir que la asuma tal y como el director la proyecta. Se da por supuesto que aquí entra en juego el elemento subjetivo que significa cada persona, sus vivencias, sus creencias, sus valores, sus gustos, preferencias e inquietudes. Pero es innegable que la relación entre la película y el espectador se facilita cuando la primera consigue trasladar al segundo la historia desde un punto de vista deliberado. Al fin y al cabo el cine se basa en eso, en transmitir ideas.

Es por tal razón por la que me gustaría resaltar que a pesar de todas las diferencias entre la protagonista y yo; dado que mi época escolar se desarrolló durante la segunda mitad de los años 2000s y la primera de los 2010s, no fui a un colegio “de monjas” y tampoco soy una chica; la facilidad con la que la cinta me ha permitido empatizar con Celia es admirable. La comodidad con la que la cineasta Pilar Palomero me ha posibilitado situarme en los zapatos de su personaje principal y reaccionar de la misma manera en la que lo hace ella es, a mi parecer, un logro sorprendente si tenemos en cuenta que ya no somos niños (en el sentido estricto de la palabra) y que teóricamente estamos dotados de una mayor capacidad para entender la realidad que nos rodea.

El filme se construye sobre las bases de una película acerca de la adolescencia y del descubrimiento del mundo adulto por una niña, pero no se queda en lo superficial, sino que consigue profundizar en sus temas más interesantes como lo pueden ser la falta de entendimiento de un mundo estructurado en base a unas determinadas creencias o la propia inocencia de la niñez.

En definitiva, salgo muy contento del cine por descubrir una nueva directora española a la que seguir su trayectoria cinematográfica.

Existen una infinidad de maneras a través de las cuales se puede contar una anécdota, un breve relato o una elaborada historia. El método escogido por David Lowery para trasladarnos su propuesta probablemente no sea el más entretenido, el más ameno o el más eufórico, pero, sin duda alguna, es bello.

Podemos entender la belleza como una cualidad abstracta capaz de provocar en quien la contempla un placer sensorial, intelectual o espiritual. Entonces, teniendo dicha concepción de belleza en cuenta,si, por ejemplo, excluimos el propio argumento del largometraje, nos encontramos con un hermoso lienzo en el que se lleva a cabo una mezcla de planos, edición y banda sonora que se bastan de si mismos para cautivar al espectador y el cual es atractivo tanto en forma como en contenido, por lo que parecería imposible no reconocer tal belleza en la película.

Este proyecto, podría bien ser catalogado de poema sensorial, cuya esencia consigue transcurrir más allá de las simples pulgadas de la pantalla en la que se proyecta, para así, propagarse por un ambiente que ella misma crea a lo largo de su metraje. Indudablemente se trata de una película que, en su forma, se encuentra ideada para un espectador paciente, cuya virtud, sin duda alguna, se verá recompensada cuando aparezcan los créditos finales en la pantalla.

En su odisea por encontrar la paciencia del espectador, Lowery nos propone un recorrido a través de una gama de diferentes temáticas acompañando la existencia de un fútil fantasma. Es una propuesta que, pudiendo pecar de pretenciosa, es innegablemente interesante.Sin ser una magnifica obra, con ayuda de las breves y notables interpretaciones (a destacar la actuación de Rooney Mara), un guión sencillo pero a su vez funcional y una admirable belleza visual, el director nos propone un filme no convencional digno de ver por cualquier espectador que, en efecto, este dotado de tan ansiada paciencia

Hará poco menos de una semana me encontraba paseando por la calles de Barcelona, La Rambla, el Barrio Gótico, el Parque Güell y a las puertas del fabuloso Museo Nacional de Arte de Cataluña. Hoy he visto Vicky Cristina Barcelona, dirigida por Woody Allen.

Barcelona es una ciudad maravillosa y, a mi parecer, Allen se encarga de enseñárnosla como solo él sabe. Woody Allen nos lleva de viaje por una de las ciudades más bonitas de España, y nos permite disfrutar de ella, sus calles, su ambiente y su música sin preocupaciones, como mero entretenimiento, de la manera que hubiesen deseado sus protagonistas. Barcelona mezclada con todo tipo de artes; poesía, pintura, fotografía, cine y amor; guionizada y dirigida por uno de los mejores artistas de nuestra época.

Lo que me fascina de Woody Allen es su maestría y capacidad para filmar con tanta destreza y precisión, a la par que naturalidad. Dicen que la experiencia es un grado, posiblemente Allen tenga matrícula de honor en el mismo, ya que dudo que tenga que invertir tan solo un segundo de su preciado tiempo para pensar de qué manera hacer cine en aras de plasmar su idea. Da la impresión de que, a día de hoy, es automático. Parece que es instinto, que tan solamente ha de dejarse llevar por sus sentimientos, que tiene la capacidad de poner el piloto automático, ser libre y dar vida a numerosas interesantes historias.

Vicky Cristina Barcelona no es una obra maestra, pero si es genial. No contiene un potentísimo mensaje, una enseñanza trascendental o una moraleja a la que recurrir en momentos difíciles. Es un entretenimiento bien ejecutado, un billete de viaje. Si todo lo que viésemos o todo de lo que aspirásemos sacar un recuerdo significativo fuese extraordinario, se trasformaría en ordinario. En lo ordinario y cotidiano hay belleza, y saber encontrarla, por si mismo, es un arte.

The Favourite de Yorgos Lanthimos es una cinta que, sin duda alguna, no me ha dejado indiferente.

Como nos tiene acostumbrados el griego, se trata de otro intento más de reflejar la humanidad como él la entiende, como una cualidad que, quizás, no deberíamos estar tan orgullosos de poseer. En este caso, y a diferencia de las demás películas dirigidas por él que he tenido la oportunidad de ver hasta la fecha (Lobster, The Killing of a Sacred Deer), nos acerca un poco más a los personajes, permitiéndoles exteriorizar las emociones que tan característicamente se encierran en sus protagonistas arquetípicos en sus anteriores obras. Sin embargo, a mi parecer, para mantener esa sensación de distancia e intentar no posibilitar cualquier tipo de empatía con tales personajes, en este caso nos traslada tres siglos atrás, a una sociedad que lo único que no tiene en común con la nuestra es la tecnología.

Yorgos Lanthimos se encarga de mostrarnos, al más puro estilo Lanthimos, y con la ayuda de diferentes piezas de música clásica haciendo las funciones de una banda sonora perfectamente incluida, la propia condición humana que, queramos o no, se encuentra inherente en nuestra sociedad y, por qué no decirlo, en nuestra propia persona. Una condición humana que se acentúa a medida que avanzan los minutos del metraje, y que florece como una flor en la estación primaveral.

Para ello se sirve de un magnífico elenco formado por tres excelentes actrices que les permiten realizar su ensayo acerca de nuestra condición. Las interpretaciones de las tres protagonistas no hacen más que sumar a una obra con las ideas bien claras, perfectamente ejecutada y sofisticada como ella sola.

Además, en lo que al ámbito técnico se refiere, este es un filme visualmente precioso, que tiene la capacidad de transportarte al mismo Siglo XVIII a través de unos planos, entre los cuales destacan de igual manera los abiertos y los cerrados, que captan la belleza de las infraestructuras, las vestimentas y el maquillaje que crean un ambiente propio de dicha época.

The Favourite es, como nos tiene acostumbrados Lanthimos, una reflexión acerca de las características más inherentes en la condición humana, y de cómo tales características confluyen en una misma sociedad de la que todos formamos parte. Nada más que añadir a una muy buena película dirigida por uno de los directores con una de las señas de identidad más reconocibles actualmente.