A pesar de ser por momentos pretenciosa y tratar de forzar climas con el uso de la música, a lo largo de la película se respira un interesante aire de extrañeza. A mi modo de ver es posible identificar lo que funciona y lo que no.

En los pro podemos mencionar puntos muy sugerentes: el diseño del conejo, la elección de Jake Gyllenhaal con su melancólica y torturada mirada para encarnar al perturbado protagonista, el cilindro metálico gigante de la turbina con la pintura en espiral en el centro, la escultura del can gigante en la escuela, el caprichoso nombre del escrito clave (la filosofía del viaje en el tiempo) elementos estos que componen un mosaico de irrealidad, como un largo déjà vu, que prefiguran el ambiente de los primeros capítulos de la serie Lost. La mayor parte de las interpretaciones están ajustadas a este esquema con algunas aisladas excepciones. Desde lo visual esta lograda la fotografía de las escenas nocturnas y los planos con imágenes surrealistas. Podemos decir que mientras se mantiene dentro de la ambigüedad el film funciona.

Dentro de lo que no termina de convencer esta la banda de sonido, que es agradable pero no siempre adecuada, la fotografía cae frecuentemente en lo convencional sobre todo en lo que transcurre en el colegio - lo que resiente el clima - al igual que algunos efectos especiales que no terminan de encajar. En lo interpretativo desentona levemente el padre y en menor medida la madre. El aspecto de la “abuela muerte” es completamente fallido. Por último la trama es intrigante en su planteo pero pierde fuerza mientras se acerca el desenlace. Todo esto sumado a algo de grandilocuencia adolescente que en parte perjudican sin terminar de malograr la experiencia.