No la vi en su día en las salas por el principio de saturación que me empezaba a provocar el cine de campos de exterminio. Pero en este título hay algo más. El tenso interrogatorio entre el investigador de la Gestapo y Sophie es ese algo más que convierte la película en un buen logro. Toda una lección de dialéctica aplicada a un guión, donde las argumentaciones y contraargumentaciones se suceden implacables ante el espectador, dando lugar igualmente a reflexiones y combates morales en los que el único arma es la palabra. Doce hombres sin piedad jugaba también con las posibilidades del verbo hablado, y si no fuera porque la Juana de Arco de Dreyer es muda Sophie me recordaría a la santa. Después de todo la historia, real como la vida misma, es un homenaje a esos mártires de la democracia que parece ser que sí hubo en Alemania, aunque fueran cuatro monos.

Todo lo demás no se separa mucho de lo esperado en una película de esta temática, sin por ello estar mal trazado. Pero repito, escuchen a Sophie y piensen que, seguramente su interrogador sería más adelante un magnífico agente de la policía de la futura y democrática República Federal Alemana.