Black Mass - Estrictamente criminal

De acuerdo, "Black Mass", no es "Uno de los nuestros" ni cualquiera de las tres formidables sinfonías que componen la irrepetible saga de "El padrino"; y de acuerdo también en que su joven escritor, actor y director de esta cinta, el norteamericano Scott Cooper, no es Scorsese o Coppola pero, a pesar de todo, "Black Mass" es una estupenda película de gángters de esas que te entretienen de principio a fin, aceleran a tope tu producción de adrenalina y justifican sobradamente el precio de la entrada.
El guión, basado en hechos reales, muy bien ambientado en la década de los 80, posee una estructura sólida y está muy bien contado; retrata admirablemente la ciudad de Boston, la atmósfera sórdida de los barrios bajos, la deprimente soledad de sus muelles y cuenta entre su cuadro de actores, talentos indiscutibles de la talla de Joel Edgerton, Benedict Cumberbatch, Kevin Bacon o Julianne Nicholson, por nombrar sólo algunos, que aportan a la historia la indispensable dosis de veracidad que requiere toda película que aspire a convencer a un público medianamente exigente.
Y sobre todos ellos, planea la sombra inaccesible de un Johnny Depp que demuestra, una vez más, por qué -dejando de lado sus veleidades caribeñas- es uno de los actores más cotizados del momento; ningún registro le es ajeno y su poder de seducción no parece conocer límites. Aquí da vida a un inquietante personaje amoral, obsesivo y sádico que provoca, al menos en mí, verdaderos escalofríos.
Como ya es habitual en este tipo de género, Cooper no nos ahorra ninguna clase de escabrosas y horripilantes escenas donde la sangre y las vísceras son sus principales protagonistas.
Es interesante, aunque no sea nada nuevo, el juego de alianzas con las que el FBI justifica los métodos que utiliza, desde luego nada edificantes, para lograr estirpar las raíces del mal y revolcarse, de paso, en el mismo lodazal de sus adversarios.
Habrá quien califique esta cinta de previsible y convencional. Probablemente no le falte razón pero un servidor, poco dado a sesudas e insondables reflexiones, ha pasado dos horas francamente entretenidas.

Emilio Castelló Barreneche