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España España · Barcelona
Voto de Rómulo:
8
Drama Higinio y Rosa llevan pocos meses casados cuando estalla la Guerra Civil, y la vida de él pasa a estar seriamente amenazada. Con ayuda de su mujer, decidirá utilizar un agujero cavado en su propia casa como escondite provisional. El miedo a las posibles represalias, así como el amor que sienten el uno por el otro, les condenará a un encierro que se prolongará durante más de 30 años.
19 de marzo de 2020
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La trinchera infinita

Ahora que una maldición se cierne sobre nosotros mientras inválidos palidecemos recluidos, ahora que dominados por el terror de un virus desconocido buscamos la ayuda de un dios inexistente, ahora que la vida vuelve a los canales de Venecia y se tornan transparentes sus aguas mientras las salas de cine permanecen ominosamente silenciosas, cerradas y enmohecidas por razón de Estado, este cronista busca en las plataformas digitales el consuelo, espero que transitorio, que palíe tan inesperada pérdida.
Y encuentro recompensa a mi incesante búsqueda en una película que no llegué a ver cuando la normalidad era, no hace mucho, una realidad menospreciada.
Se trata de “La trinchera infinita”, cuyo guion, como la carcajada de una sardónica burla, viene a recordarme lo insustancial de mis ridículas cuitas cuando otros muchos, antes que yo, para salvar su pellejo amenazados de muerte por los franquistas, hubieron de pasar lagos años ocultos como ratas en algún insalubre agujero de sus propios domicilios. Ellos fueron los famosos “topos”, de cuya existencia nos enteramos cuando comenzaron a salir de sus madrigueras 30 años después de haber finalizado la Guerra Civil Española. Y aunque no es la primera vez que el cine español y la literatura se han referido a esta cuestión, un reconocido trío de directores vascos: Jon Garaño, Airor Arregui, José Mari Goenaga -autores de realizaciones tan estimables como “Handia” o “Loreak”, reseñadas por este cronista con anterioridad-, han logrado una soberbia película de casi dos horas y media de duración, sin que sobre un solo minuto de metraje, narrada con sobriedad y talento sobre uno de estos trágicos episodios.
Por su veracidad, hondura narrativa, opresiva ambientación y fuerza dramática, la historia adquiere tintes de angustiosa intensidad al extremo de enterrar al espectador en la misma sepultura en la que la víctima sufre y se descompone para hacerle sentir su insoportable calvario.
La modélica utilización del “fuera de campo” donde lo que no vemos es tanto o más revelador que aquello que la cámara nos muestra, contribuye a crear esa atmósfera de desasosiego y temor permanente; imágenes, conversaciones, ruidos e ininteligibles susurros que nuestro protagonista no puede ver e interpretar son recursos cinematográficos que Garaño, Arregui y Goenaga utilizan con notable conocimiento del oficio.
Higinio, el desgraciado confinado, es interpretado por Antonio de la Torre y su sacrificada esposa Rosa por Belén Cuesta, en una actuación memorable digna de los mayores elogios. Ambos forman una pareja indisoluble, unida por un sólido compromiso en el que la fuerza de un amor inquebrantable conforma las fuertes raíces en la que arraiga su heroica resistencia. Y no soy capaz de calibrar cual de los dos soporta mayor carga de sufrimiento, si él enjaulado en su lóbrego presidio o ella defendiendo con uñas y dientes la clandestinidad de su marido.
No tenemos demasiadas oportunidades de celebrar los éxitos del cine español pero cuando éste acierta una luz de esperanza se enciende en nuestra alma cinéfila aunque luego languidezca para aparecer de nuevo dosificada con cuentagotas.

Emilio Castelló Barreneche
Rómulo
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