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Voto de Rómulo:
7
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7.815
7 de agosto de 2017
8 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pieles
Históricamente, encontramos en la literatura numerosos ejemplos de la monstruosa deformidad que afecta a algunos seres humanos y sus funestas consecuencias. Jorobados, enanos, cojos y contrahechos, han desfilado en cualquier época ocupando páginas y páginas en un sinfín de relatos. También en la pintura y en la escultura ocurre otro tanto. Antiguos templos y catedrales están repletos de criaturas horrendas, retorcidas y atormentadas. En pórticos y gárgolas, pavorosas y grotescas figuras de aspecto diábolico nos estremecen y observan imperturbables. E históricamente también, estos pobres desgraciados han sido objeto de burla y marginación, apartados de la sociedad como apestados, humillados, torturados y, frecuentemente, su fealdad, como el estigma de un castigo divino, fue asociada a la maldad más absoluta.
Y a pesar de que, en la actualidad, nuestras sociedades occidentales han entendido y moderado sus instintos más primitivos, elaborado leyes y promulgado derechos, estas personas nos siguen produciendo rechazo cuando no repugnancia, por mucho y que utilicemos la máscara de la hipocresía como escudo protector.
Y algo de todo esto contiene el lacerante y transgresor primer largometraje que escribe y dirije Eduardo Casanova. Porque "Pieles" nos es una película desdeñable aunque haya pasado -como tantas otras, para nuestra desgracia- totalmente desapercibida. Casanova construye un relato crudo, amargo, doloroso y, aunque en su furiosa embestida incurra en ciertos excesos, la película hiere profundamente y remueve las vísceras de nuestras buenas y adormecidas conciencias; nos somete a un doloroso ejercicio de reflexión, nos incomoda y en ocasiones irrita al punto de hacernos sentir la náusea de nuestra propia bilis.
A través de un guion incuestionablemente original, nuestro jovencísimo director madrileño respeta y ampara a sus desdichados personajes, les dota de dignidad y muestra una gran compasión hacia ellos al extremo de redimirlos y liberarlos de su propio sufrimiento.
No me atrevo a afirmar si he visto una buena película. Sólo sé que durante la proyección de esta intensa, aunque breve (apenas 77 m), realización, he tenido sentimientos extrañamente contradictorios. Más de aquellos que te avergüenzan que de los que te enorgullecen. Y esa, creo, era la intención de nuestro atrevido director que ha firmado un arriesgado trabajo al filo del precipicio sin llegar a despeñarse. Y a fe mía que lo consigue.
Emilio Castelló Barreneche
Históricamente, encontramos en la literatura numerosos ejemplos de la monstruosa deformidad que afecta a algunos seres humanos y sus funestas consecuencias. Jorobados, enanos, cojos y contrahechos, han desfilado en cualquier época ocupando páginas y páginas en un sinfín de relatos. También en la pintura y en la escultura ocurre otro tanto. Antiguos templos y catedrales están repletos de criaturas horrendas, retorcidas y atormentadas. En pórticos y gárgolas, pavorosas y grotescas figuras de aspecto diábolico nos estremecen y observan imperturbables. E históricamente también, estos pobres desgraciados han sido objeto de burla y marginación, apartados de la sociedad como apestados, humillados, torturados y, frecuentemente, su fealdad, como el estigma de un castigo divino, fue asociada a la maldad más absoluta.
Y a pesar de que, en la actualidad, nuestras sociedades occidentales han entendido y moderado sus instintos más primitivos, elaborado leyes y promulgado derechos, estas personas nos siguen produciendo rechazo cuando no repugnancia, por mucho y que utilicemos la máscara de la hipocresía como escudo protector.
Y algo de todo esto contiene el lacerante y transgresor primer largometraje que escribe y dirije Eduardo Casanova. Porque "Pieles" nos es una película desdeñable aunque haya pasado -como tantas otras, para nuestra desgracia- totalmente desapercibida. Casanova construye un relato crudo, amargo, doloroso y, aunque en su furiosa embestida incurra en ciertos excesos, la película hiere profundamente y remueve las vísceras de nuestras buenas y adormecidas conciencias; nos somete a un doloroso ejercicio de reflexión, nos incomoda y en ocasiones irrita al punto de hacernos sentir la náusea de nuestra propia bilis.
A través de un guion incuestionablemente original, nuestro jovencísimo director madrileño respeta y ampara a sus desdichados personajes, les dota de dignidad y muestra una gran compasión hacia ellos al extremo de redimirlos y liberarlos de su propio sufrimiento.
No me atrevo a afirmar si he visto una buena película. Sólo sé que durante la proyección de esta intensa, aunque breve (apenas 77 m), realización, he tenido sentimientos extrañamente contradictorios. Más de aquellos que te avergüenzan que de los que te enorgullecen. Y esa, creo, era la intención de nuestro atrevido director que ha firmado un arriesgado trabajo al filo del precipicio sin llegar a despeñarse. Y a fe mía que lo consigue.
Emilio Castelló Barreneche